miércoles, 11 de julio de 2018

Homenaje al 68 y a la Alhambra

"No me liberéis, yo sola me basto", de París.

Esperaba yo más bombo y boato en la conmemoración del cincuenta aniversario del 68; digo 68 y no el "mayo" de París porque lo notable de ese año fue precisamente que revolucionó diferentes partes del mundo: México DF, Estados Unidos, Praga... Incluso España, aunque resultaba mucho más difícil, por no decir imposible, enterarse de los sucesos de España que de los de Nanterre, por ejemplo. Claro, España vivía en paz, en contraste con el extranjero, donde reinaba el desorden y el libertinaje y la gente vivía al revés, patas arriba, por no respetar los valores morales católicos. Lo cierto es que me pilló demasiado pequeña para incorporarme al meneo, pero me atraía y me resarcí después, porque el 68 duró largos años, marcó el principio del cambio social que se fue conquistando en los setenta (y aún no se ha detenido).




"No es una revolución, Majestad, es una mutación", Nanterre.

No países, ciudades; no toda la ciudad, la Universidad; más concretamente, intelectuales y estudiantes y a partir de ese núcleo las fuerzas que se sumasen, o no, según las circunstancias. ¿Qué tenían en común ciudades tan diversas como México, Washington, Paris, Madrid, Nantes, San Francisco, Praga o Barcelona? Me atrevería a decir que su población juvenil. Predominaban los jóvenes en las respectivas pirámides demográficas, se había producido una importante mejoría económica con respecto a la generación anterior, una afluencia masiva del campo a la ciudad y un aumento de la población estudiantil: por primera vez la Universidad no pertenecía tan solo a las élites, la clase media comenzó a llenar masivamente las aulas.



 "Voy a estudiar, voy a estudiar, el que no estudie a policía va a llegar" (así decían en Tlatelolco, en México DF).

Abordo el grano: la juventud se adueñó de la palabra, hasta entonces propiedad exclusiva de los adultos. La izquierda promovía las acciones, sin embargo no fueron valores marxista-leninistas los que triunfaron sino propuestas más cercanas a la acracia y a la naciente contracultura. Después, bastantes años después, la izquierda de algunos países adoptó los nuevos valores nacidos en el 68, como el pacifismo, la libertad sexual, la libertad de pensamiento, el sentido del humor... Algunos me dirán que la izquierda ya poseía esos valores: ejem, ejem, aún recuerdo cuando leer poesía no panfletaria era un escapismo capitalista. Y cómo oía discutir sobre la necesidad de campos de reeducación  para los individuos como yo, alérgicos a la disciplina de acción y pensamiento.




Genial este "No quiero perder mi vida ganándomela", tan lejos de la exaltación marxista del trabajo.



Complejo, demasiado complejo fue el fenómeno para resumir sus efectos y sus causas en pocas palabras, pero aún así me atrevo a rendir un homenaje al 68 y a sus aires nuevos que me ayudaron a saltar barreras mentales propias y ajenas.

"Debajo de los adoquines está la playa".

Sin mucha lógica, quizá porque también representó el inicio de ensueños sicotrópicos y de orientalismos varios, he unido en un breve poema -con más humor que poesía- la Alhambra con el año mítico de la nueva rebeldía. (Y de ahí también, las ilustraciones fotográficas).

Bajo los adoquines
siempre estará el mar.
Bajo el asfalto, la playa.
Y en la Alhambra, el vigía
de la Torre de la Vela
se deslumbrará avistando
sesenta y ocho galeones
anclados a nubes lisérgicas.









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