sábado, 11 de agosto de 2018

Cenotafios de Bada Bagh

Falsas tumbas, pequeñas, cubiertas de cúpulas bellísimas, no muy altas, no mucho más que un hombre; de arenisca rosa y jaspe dorado, sobre un promontorio, dominando el lago... Pero el dolor no se iba, el dolor estaba allí, bajo todas las piedras preciosas ocultas a la mirada.


Cenotafios de Bada Bagh, próximos a la ciudad de Jaisalmer, en India


El penitente errante, el asceta sin nombre, el sadhu, lavaba su ropa, acuclillado en los ghats, a la manera en que allí lo hace todo el mundo: golpeando las prendas con una pala ancha de madera liviana. Y cada golpe sonaba como un aplauso, un aplauso distendido, lento, solemne.
En India los llaman chhatris. Estos de Jaisalmer datan del siglo XVIII

Sabía que alrededor de cada tumba simbólica, de cada cenotafio y su recuerdo de muerte, se extendía un círculo mágico, que las cúpulas no solo protegen de las arrebatadas lluvias monzónicas y del sol pegajoso: a modo de sombrillas ceremoniales cada una se aísla en un ambiente de arrullo, en su propio éxtasis místico, en su vacío.



El "Gran jardín" lo llaman, el "Gran jardín" sobre el lago; sin embargo, yo solo veía flores de piedra y no más colores que los que cuelgan de balaustradas de mármol en cascadas de ropas teñidas, estampadas, dibujadas con trazos de nube y barro, de sol y rubíes. Si aquello era el jardín, yo era el pájaro, aquella avutarda posada sobre la clave exterior del arco, revoloteando por encima de las falsas tumbas, hermosas y doradas.

Otro mundo, otro tiempo


Un sadhu lavando, una mujer tomando fotografías: al menos dos mundos. Nada quedaba al azar en esa mañana monzónica, todo parecía perfectamente diseñado, todo en armonía obediente a la Ley del Dharma; incluso aquel vestido que pareció hundirse o la carpa hambrienta que del agua saltó a las escalinatas, sorprendiéndome de veras, pues sin palabras había pensado, o creído, que del mismo modo que no había muertos bajo aquellas tumbas, no habría peces bajo aquellas aguas.


Todo el presente desaparece, la electricidad se vuelve leyenda y el maquinismo, magia. No hay dudas, nunca podrá haberlas, se pasa de un monzón lluvioso y salvaje a un cielo plomizo y ardiente, que presagia llamas más que rayos.


El sadhu continúa lavando su ropa, con parsimonia, sin ninguna prisa; aunque tan solo le quedara un día de vida, y él lo supiera, lo aprovecharía lavando, para morir limpio y sin miedo.





(Tal vez elabore un libro con  impresiones de viaje).                             

                          

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