Le sobran atractivos a Oporto, pero comienzo hablando del Palacio de la Bolsa porque la historia de su construcción y el solar que ocupa me resulta curiosa:
El
Palacio de la Bolsa linda con la iglesia de San Francisco, única parte del
convento franciscano que sobrevivió al fuego la noche del 24 de julio de 1832,
en el transcurso de las Guerras Liberales. Unos diez años más tarde, la reina
María II donó las ruinas a los comerciantes de la ciudad, que aprovecharon el
gran espacio para construir la sede de la Asociación Comercial, la Bolsa y el
Tribunal de Comercio. Me resulta curioso que el vasto Patio de las Naciones,
cubierto con una hermosa cúpula acristalada y decorado con los escudos de armas
de Portugal junto a los de una veintena de países con los que mantenía
relaciones comerciales, ocupe lo que fue un claustro conventual del siglo XIII.
Transformación indicativa de la marcha de la economía portuguesa en el XIX, muy
ligada a la británica y entregada a un capitalismo expansivo con vocación
ilustrada; o así me lo parece al mirar la calidad de relieves, pinturas y hasta
el pavimento, adornado con motivos geométricos que reproducen los hallados en
las recientes excavaciones de Pompeya. Yuxtaposición de épocas y formas, eclecticismo
que florece en salas opulentas, escalera regia, cúpulas espléndidas. Y, para
que no falte nada, una Sala Arábiga inspirada en la Alhambra de Granada. Ya lo
sabemos, es fácil invocar a la Alhambra para prestigiar cualquier edificio de tono oriental,
aunque en belleza no le llegue ni al zócalo, pero, comparaciones aparte, los
diseños geométricos y la vistosidad de los dorados de esta sala se muestran
admirables.
Con todo, este Palacio de las transacciones económicas no representa sino una mínima parte de la ciudad y no la que más me atrae; a mí lo que me chifla es el desgaste, la decrepitud, la vida, el sentido estético cotidiano presente en calles opulentas o humildes, esa sensación de ciudad orgánica que crece, se pudre, nace, se renueva, se adapta… La sorpresa en el camino, esquinas, fachadas, comercios… Lo que picoteo con mi cámara y expongo en este blog.
Me
callo, que llegan las fotografías.
22. A la entrada del Mercado de Bolhao. Ignoro si los múltiples collares
Lo que más me admira es advertir signos de vida -ropa tendida, una maceta con su regadera, visillos-, rastro de habitantes en edificios que parecen ruinosos.