sábado, 27 de mayo de 2023

Reflejos de los vivos (1)

Amo la vida, nadie piense que paseo cementerios por amor a la muerte; sí por amor: a los que se fueron, semejantes pero desconocidos, vecinos de un pueblo silencioso. Fotografío sus tumbas, monumentales o humildes, a modo de homenaje, de caricia, como si les rezara con cada imagen.

Los camposantos dicen un poco de los muertos y mucho de los vivos, porque son los deudos, los sucesores, supervivientes en general, quienes entierran, construyen y esculpen para no olvidar. La memoria y su fragilidad, el dolor, la aceptación, la indiferencia, la tragedia... El miedo, la esperanza, el vacío... Sensaciones y sentimientos.

Cada necrópolis refleja la sociedad a la que pertenece, las creencias, las formas estéticas, con sus cambios y modas, los gustos particulares; la altura artística o la pasión por lo kitsch (partícipe de lo cursi y lo grosero). Más allá de los cipreses, crecen muy diferentes especies botánicas, propias de cada zona, y los símbolos cambian: existe una gran base común a toda Europa, y al cristianismo, pero predominan unos u otros según países, ciudades o comarcas: la cruz, la pareja de palomas, la columna truncada, el árbol de ramas amputadas, la flor de la siempreviva, la hiedra, la granada, la adormidera, la clepsidra alada, variadísimos ángeles; más las figuras sagradas del Cristo y la Virgen.

La iconografía muestra una gran riqueza y se encuentran magníficas obras de arte; con razón se habla de los cementerios como de "museos al aire libre". No solo museos, libros vivos los considero yo, especialmente cuando contemplo las ofrendas: flores -secas, frescas, de plástico, de porcelana, de papel- muñecos de todas clases, declaraciones escritas, macetas vivas, bolígrafos, dibujos, piedras... Algunas con marcado carácter personal, con una secreta intención que el difunto conoce bien.

En este de Valencia (Cementerio General) he encontrado algunas representaciones poco frecuentes, como el reloj marcando "la hora fatal"; en cambio, apenas aparecen las clepsidras con alas ("el tiempo -la vida- vuela") ni las siemprevivas, sustituidas en abundancia por el fruto de la adormidera (de carácter más modernista-noucentista). Y monumentos funerarios trabajados por Mariano Benlliure (mausoleo familia Moroder, familia Aparici, el de Blasco Ibáñez) y otros escultores y arquitectos, nada desdeñables. Lo más chocante: la estela en abanico con representación de saurios jurásicos; ignoro la historia de este difunto, incluso el nombre, pero le agradezco la rareza, porque me da materia para fantasear.

                                                               Vista general


                                                     Toda una vida

                                                                  Ha visto demasiado

Tres hermanos toreros (Benlliure)












  Demasiado joven  

                                                    Pequeño y esforzado

                                                       Corazón y belleza
                                                                        Soledad

Duele
                                                                                
                                                                     Todo lo ve









Alguien recuerda


                                   Para fantasear: animales "antediluvianos" y frutos de adormidera

                                                       



lunes, 8 de mayo de 2023

San Torcuato y su nombre

Se acerca el 15 de mayo, festividad de San Torcuato, patrón de Guadix, y la cercanía de la fecha me empuja a explicar el origen de su nombre. No es la primera vez, ya lo hice en mayo del 2019, pero cuatro años, con sus aconteceres y olvidos, son muchos años, de manera que retomo la historia, iniciada en el siglo IV a.C. por un galo petulante y pinturero. Hablo de un guerrero, un jefe celta ("celta" equivale a "galo" y a "gálata") que practicaba los usos bélicos de su pueblo: el reto individual, la jactancia, la gestualidad destinada a amedrentar al enemigo.

"Galo moribundo", copia romana de un original griego del siglo III a.C.
Cuentan los historiadores que los celtas combatían desnudos,
algunos con peto, a veces con capa corta, pero siempre con el torques,
como éste que agoniza.

                               

Conocemos la curiosa anécdota gracias a numerosos historiadores y literatos romanos, entre los que se cuentan Polibio, Lucio Anneo Floro, Orosio, Valerio Máximo... Pero a mi entender Tito Livio la cuenta mejor que nadie; en él me baso, resumiendo su narración al máximo:

Corre el año 361 a.C., los galos amenazan Roma, acampados a tan solo tres millas de la ciudad, al otro lado del río Anio, junto al puente que lo cruza. Los romanos acuden a la defensa con un inmenso ejército, estableciendo su campamento en la otra orilla. Se suceden las escaramuzas, pasan los días sin que ninguno de los bandos consiga la posesión definitiva del puente, hasta que un día, un galo de enorme tamaño, fuerte y altanero, avanza, se planta en medio del puente en cuestión y reclama un combate singular con el más valiente de los enemigos. Silencio, a un lado y a otro. Parece que hay miedo entre los romanos, hasta que Tito Manlio, de pequeña estatura, pide permiso a su general para aceptar el desafío; lo obtiene, y armado de modo sencillo pero eficaz, sin detenerse en florituras fanfarronas -cosa que sí hizo el galo- salta, se agacha bajo el retador y acaba con él de dos estocadas: una en el vientre, otra en la ingle.

Todos esperaban que el vencedor se abalanzara sobre el cadáver para quitarle armas y joyas, pero únicamente, con elegancia, le arrebató el torques. ¿Y qué era el torques? Un ornamento distintivo, una especie de collar reservado en origen a dioses y semidioses, pero que en el siglo IV a.C. ya portaban los guerreros sobresalientes, los jefes y los sacerdotes. Consistía en un aro rígido y bastante grueso, de bronce o de oro, cuyos extremos no llegaban a tocarse, quedando como un collar abierto, con la abertura por delante. Honraba a quien lo llevaba hasta tal punto que resultaba imposible quitárselo a ningún galo sin antes quitarle la vida.

                       
   El dios celta Cernunnos, señor de la regeneración, de los animales y
                                    de la virilidad. Porta dos torques, uno al cuello y otro en la mano.

Continúo. Tito Manlio, con el derecho que le otorga la victoria, coge el torques ensangrentado y se lo pone al cuello: el ejército romano estalla en aclamaciones, de las que surge unánime el apelativo Torquatus, que se le otorgará como cognomen hereditario; así, a partir de este momento, se sucederán numerosos Torcuatus en la historia de Roma, extendidos no solo por descendencia, sino también por matrimonio, adopción y manumisión.

Encontraremos, por ejemplo, un Tito Manlio Torcuato Imperiosus, un Tito Manlio Torcuato Parricida, y otros muchos de la misma gens; pero también un Junio Silano Torcuato (Anales, Tácito) y alguno más en los versos de Catulo y Horacio; todo esto sin agotar las fuentes... Hasta llegar a San Torcuato, fundador de la diócesis de Guadix. Por tanto, yerran las referencias etimológicas a palomas ("torcaz" proviene directamente de torques, sin pasar por Torcuato), o a "trocados", o fantasías tales como Torgot o Toroguate o cualquier otro término relacionado con el toro.

Pueden existir dudas sobre los Varones Apostólicos o sobre la historicidad de San Torcuato, pero ninguna sobre el origen -etimología- de su nombre.

No existe misterio sobre el apelativo, pero ¿no resulta sorprendente esta historia? Porque... ¿quién le iba a decir al galo grandote y audaz que perdió la vida en lucha singular hace 2400 años que con su reto iba a proporcionar nombre a un santo, a un combatiente de una religión no nacida? ¡Qué digo, “nacida”! El Cristianismo ni siquiera era imaginable en aquella época. Vueltas que da la vida. Resultado impensable de un duelo. Peripecias de un nombre.

Tito Livio (59 a.C-17 d.C.) narra detalladamente el episodio "Torquatus" en el Libro VII de su "Historia de Roma (Ab urbe condita)".


                                                 Un torques particularmente simbólico: a su forma típica

                                                 añade la cabeza de carnero, propia de la serpiente sagrada,

                                                 la misma que el dios Cernunnos sostiene en la mano.

                                                 

sábado, 18 de marzo de 2023

Día de... la Poesía

 

Se multiplican los “días de”: el “Día Internacional de la Paz”, “de la Felicidad”, “de los Bosques”, “de la Mujer y la Niña en la Ciencia”... Ni caso, me desentiendo de ellos; quizá porque aun perteneciendo a una familia no creyente, me crié entre santos y fiestas de guardar, bajo el régimen del nacional catolicismo; quizá porque en cada celebración de importancia nos caían los sermones con su empachosa dosis de adoctrinamiento; quizá porque desde muy niña comprendí que, con respecto a la justicia, cultura y armonía social, importan más los hechos que las palabras... Por una causa u otra, contemplo la sucesión de días “dedicados a” como un santoral laico, diferente, sí, pero de vocación igualmente ideológica y apremiante. Claro que nadie me obliga a celebrarlos y es lo que hago: prescindir de santidades y alimentar el fuego sagrado a mi manera.

Si fuera coherente con todo lo anterior, el 21 de marzo no celebraría el Día Mundial de la Poesía; sin embargo, me alegro de que cuenten conmigo, de contactar con colegas, amigos y conocidos; me apetece leer en voz alta alguno de mis poemas y que alguien lo escuche. Así soy, así somos, contradictorios; a veces, felizmente contradictorios.

No sé definir la poesía, ni la que tejo con palabras, ni la que modelo con formas visuales. Comunico la primera con libros, lecturas, recitales. La segunda con alguna exposición física y este blog, entre otros medios virtuales.

Han pasado ya meses, tal vez un año, desde que envié tres obras al Museo Mínimo Itinerante de Poesía Visual, y me encanta lo de “mínimo” y lo de “itinerante”, suena a hormiguita afanosa que transporta el pétalo donde dibujó un poema. Entonces, cuando Manel Antolí y Myriam Mercader Varela me invitaron a la participación, andaba yo en piezas llenas de colores y torsiones, barrocas, muy elaboradas. Ahora, en cambio, me apetece la sobriedad, la gama de grises sostenida en los extremos del blanco y el negro, las formas realistas de fotografías sin alterar. Con la significativa presencia del hallazgo escrito; es decir, esas palabras, letras y números que abundan en entornos humanos, informando y matizando espacios y huellas.

Invito a leer, observar y encontrar poesía, en cualquier momento, en cualquier fecha. Y os muestro unas cuantas obras, las tres que participan en el MMIPV y las más actuales, aún inéditas.

PRESAGIO (MMIPV)

LA FAMILIA MOORE DESCANSA BAJO EL CIELO DE NUEVA YORK (MMIPV)



SUEÑA LA ARAÑA (MMIPV)

 

ACORDONADA

 

TU SILENCIO

PARA VENDER WHISKY

AL CONTRARIO

LA INVASIÓN DEL POLLO FRITO

CARNE

MIRAR PARA OTRO LADO

IDENTIDAD 


DOMINIO





jueves, 2 de febrero de 2023

Una visita a Santa María la Mayor, en la Fortaleza de La Mota

                  Santa María la Mayor, contracielo, contraluz.

                                      Gárgola, sin duda, sabia

Merece esta iglesia de la fortaleza de La Mota, en Alcalá la Real, exposición más erudita, pero no caeré en la tontería de copiar la Wikipedia ni ninguna otra página que cualquiera puede encontrar en Google, de manera que en primer lugar trataré de las sensaciones que me producen sus ruinas, dejando para el final una historia muy resumida del lugar.
De forma análoga, las fotografías no responden al afán de documentar exhaustivamente el monumento, sino a mis gustos y obsesiones.

                                                              Juegos de nubes

                                           Pináculos coronando los contrafuertes

Adoradora de ruinas y cementerios, ¿cómo no habría de gustarme esta iglesia? Reconstruida y restaurada -de otro modo no se sostendría- y, a pesar de ello, mágica; se siente la mezquita previa, y la probable basílica paleocristiana que la precedió, según el aplastante simbolismo de la sucesión: un templo pisa al precedente, el dios vencedor ocupa el lugar del dios vencido, pues "si ha triunfado será porque es más poderoso".

                                                     La naturaleza de la sombra

                                                                   Ojos cerrados



Santa María la Mayor, la que fue opulenta iglesia abacial, es hoy un hermoso cascarón que alberga vestigios y recuerdos, tras siglos de servir a los vivos y guardar a los muertos. Como una caracola, ofrece solidez y gala externas -en portadas, torres, gárgolas- en contraste con un vacío interno organizado en niveles y huellas -el coro, las sepulturas, los nervios cruzados, una capilla... Arcos, espirales, caminos interiores y un laberinto subterráneo de tumbas que ha quedado parcialmente al descubierto.

                                                             Los rostros perdidos

La piedra caliza de tono anaranjado, calcarenita cálida y vibrante al sol, se enfría cuando entramos en el templo, aunque todo, los muros desnudos, los pilares desmochados del altar, la techumbre extemporánea... nos incita a imaginar el incendio definitivo (1812), la rabia metódica de los invasores, quienes, movidos por la temible lógica de la guerra, se esfuerzan en no dejar tras de sí nada que pueda servir de sustento o de consuelo al invadido.

                                                                      Ojo abierto

                                                        Medallón, ya en el interior.

Para colmo, en el caso de la Guerra de Independencia española, a la inmensa destrucción causada por los enemigos (los ejércitos napoleónicos) se sumó la causada por los aliados (británicos de Wellington), interesados en eliminar cualquier posible competencia económica. En fin, entre guerras y desastres naturales, resulta milagroso que hayan pervivido monumentos de siglos pasados, que esos rostros de las gárgolas aún nos miren y la torre se alce. Milagro y estímulo, puesto que nos empujan a averiguar las andanzas de quienes los transitaron en vida. Y si se trata de ruinas, a mí, incurable romántica, me incitan a charlar con sus fantasmas.

                                                              Arcadas laterales

                                     Al fondo, crucerías, capilla, coro

            Cementerio del s.XIX, criptas medievales, excavaciones arqueológicas. Han                              aparecido restos incluso del periodo visigodo

                                                               Mirando

En La Mota de Alcalá la Real se han asentado sucesivos pueblos a lo largo de la historia, viéndose poblada desde los íberos hasta el siglo XVIII; habitación muy natural si tenemos en cuenta que se trata de una meseta de unos mil metros de altura, desde la que se divisa un inmenso territorio: campos, pueblos, caminos. Eso significa "mota": colina aislada. 

                                     En primer término, adarve y dependencias excavadas

Vive su esplendor desde los siglos XI al XIII, en el periodo musulmán. Alfonso XI la toma en 1340 y se mantiene como próspera ciudad y enclave fronterizo fundamental entre el reino de Castilla y el reino nazarí de Granada.

                                  Muralla, camino de ronda, vivienda y visión a larga distancia

La iglesia se construye sobre la mezquita aljama, en diversas fases que abarcan desde el siglo XIV al XVII, manteniendo hasta su fin los rasgos renacentistas.
En 1810 las tropas napoleónicas la saquean, desmantelan y utilizan como dependencia militar, y al marchar, en 1812, le prenden fuego: caen las cubiertas y comienza su imparable deterioro. Por si esto no bastara, hacia 1850 se convierte en cementerio municipal; este uso y las excavaciones arqueológicas le dan el aspecto que hoy vemos.

                                                         Zona del altar

                                       Tímpano, en segunda planta, con símbolo de San Mateo


domingo, 1 de enero de 2023



Hoy, primer día del año 2023, me refugio en la felicitación: me felicito a mí misma y a quien me leyere, por seguir vivo y con capacidad intelectual, que no es poco. 

Al año nuevo le pido que disminuya el número de tontos y no hablo de ningún tipo de discapacitados, sino de tantas y tantas personas que creen saberlo todo o se sienten felices de no saber nada. Las hay, abundan, tanto entre clases ilustradas como deslucidas. ¡Dios mío, ilumínalos! Y de paso, envíame un rayito de luz que me ayude a escribir lo que quiero escribir.

Mientras llegan los rayos benéficos, ofrezco una serie de fotografías tomadas a finales de diciembre, en medio de la navidad y ya en invierno. No responden al tópico, sino a la realidad.

Reivindico el invierno:

Cargado de frutos, de curiosidad y observación, de agudeza que permite descubrir la vida donde parece no haberla. De impulsos súbitos y dulces goteos. Pleno de colores y juegos, no exento de tontunas, no necesariamente sabio. Buscador de belleza, en la línea, en la nube, el paseo... Y la sombra.


Frutos de Melia acederaque


Madroños (sin oso)

Acederaque y castaños de Indias


Donde menos se piensa


O nosotros observamos al chino

No las vi hasta que amplié la fotografía; muestran un mimetismo perfecto. Una salamanquesa -tal vez, dos- y cuatro lagartijas.

Fuente de Las Granadas

Cuarto Real de Santo Domingo


Colores de invierno, no solo de otoño


Colores de invierno


Aún sobreviven las hojas de algún que otro Gingko Biloba


Y se encuentran adornos navideños como este

Confusión de la falsa nieve, detrás del agua de la fuente



Sol en el bronce, bronce en el azul


Y la línea pura de una parra contra la piedra

Contranubes y hojas

El virtuosismo del yeso a la luz del mediodía
Cuarto Real de Santo Domingo


Y Mariana, cálida

Cuarto Real de Santo Domingo


¡Feliz año, feliz invierno!