sábado, 5 de julio de 2025

Recuerdos de Johnny Guitar, desde el calor del verano

 

En este julio de calor, condenada al encierro  para evitar el soponcio, veo películas en casa, nuevas y viejas, yo, cinéfila empedernida que ha hecho del cine una filosofía. Bien me gustaría regresar al cine de verano de mi infancia, a la terraza abierta al cielo, al aire libre , al fresco, con la posibilidad de dedicarme a contemplar estrellas cuando la película me aburría, y unirme al alborozo colectivo cuando descubríamos una salamanquesa en la calva de Yul Brinner, porque la gran pantalla enlucida con cal y luminosa de aventuras atraía a las polillas y a sus correspondientes dragones.

Aunque ahora en el sofá, con el ventilador y agua fresca no disfruto menos.

Sobre mi pasión por el cine y sus ramificaciones, hablo en mi novela “Ejemplares vivos a la luz de la luna”, a través un personaje:

De todos los espejos humanos, el cine es mi preferido y las películas que más me han marcado son aquellas que vi de niña, aun sin entenderlas, por eso acudo a las antiguas, en blanco y negro como La dama de Shangai, o a Johny Guitar, de Nicholas Ray, impregnada de un color de plástico nuevo, cuyo inexacto recuerdo ilustra hasta qué punto la memoria fabrica espejos defectuosos, cómo juega con nosotros, conmigo, creando una particular y cambiante percepción del pasado. La vi hace mucho tiempo y recordaba un mundo oculto al cruzar la catarata, un amor convertido en odio, precisamente esa clase de odio denso que nace del amor visto al otro lado del espejo.

Un hombre y una mujer que se amaron luminosamente se reencuentran pasados los años y descubren que su ardiente luz ha cuajado en diamante: duro, frío, inamovible. Y tremendamente doloroso: cada una de sus facetas refleja una parte muerta dentro de sí mismos. Dos corazones disecados batallan en un extraño casino, erguido en medio de una nada en tránsito, en un paisaje borrado por el viento.

Palabras como disparos y toda la vida contenida en una única canción. Los árboles muestran su dolor en las ramas rotas; los diamantes en sus facetas; los hombres en las palabras que dicen y en las que no dicen.

Y una catarata como puerta mágica a otro mundo, como un espejo que solo permite el paso a quien conoce su secreto.

Así lo recordaba. La he vuelto a ver y nada es como lo he contado. Si pudiéramos revivir el pasado y comprobar los recuerdos, reconoceríamos cuánto yerra la memoria, pero no podemos, no hay una máquina que rebobine lo que fue, no hay modo de confirmar cuánto dista la imagen reflejada de la real.

Vi Johny Guitar de niña, la vi de joven. Y la he vuelto a ver ahora. Y cada vez he visto una película distinta que me suscita impresiones diferentes.

Creo recordar mi infancia, y sin embargo… Probablemente me engaño, aunque qué importa, me digo que también la memoria imaginada forma parte de mi historia. Recuerdo que me empeñé en buscar a un Dios al que sabía inexistente. No rendirme a la sensatez adulta, buscarlo siempre, aunque solo fuera para cantarle las cuarenta y pelearme con él.

Mi rebeldía ha dado unos frutos minúsculos y mi búsqueda del Omnipotente me ha acercado al campo de lo paranormal, quizá siguiendo mi afán de encontrar pruebas de la existencia de ese Dios en el que no creo.


Os propongo escuchar la canción de Johnny Guitar en esta versión flamenca, y excelente, en la voz de Argentina Coral:

https://youtu.be/hVK3N8HIc1s?si=kzwpqOG8RSE0QodC

Y si queréis leer Ejemplares vivos a la luz de la luna, lo que os aconsejo vivamente, podéis contactar con la editorial Amarante mediante este enlace:

https://editorialamarante.es/libros/narrativa/ejemplares-vivos-a-la-luz-de-la-luna

Todavía hay más, unas cuantas fotos al estilo de algunos cineastas.


           Estilo Steven Spielberg

       Esta va por don Alfredo, es decir, Alfred Hitchcock

                                               Esta me recuerda a Almodóvar, Pedro

    Esta se la asigno a Isabel Coixet


    Esta para un western de Henry Hathaway

 Y por último, un recuerdo  para Andréi Tarkovsky, no  por la fotografía de sus películas, sino por las Polaroid que le gustaba tomar.






8 comentarios:

  1. En la infancia yo también rezaba. Luego mis dioses pasaron a ser otros. Y sí, también para mí el arte es uno de ellos.

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    1. Mi necesidad de Dios es la de darle sentido a tanto sinsentido. Un sueño necesario, tan necesario como el arte, todas las artes.

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  2. En Johnny Guitar hay un diálogo que se ha convertido en el paradigma del pacto ficcional del que hablan los narratólogos: el "Miéntme, dome que me quieres". Escribí sobre este diálogo. Por lo demás, la película no llegó a deslumbrarme nunca. https://albertogranados.wordpress.com/2011/03/10/mienteme-dime-que-me-quieres/

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    1. Acabo de leerte. Muy bien visto ese pacto de ficción a partir del diálogo de Johnny Guitar. A mí sí, me gusta de un modo especial esta película, un western onírico y diferente, que demuestra que la etiqueta de los géneros narrativos puede carecer de significado. La disparidad en gustos, afinidades y predilecciones es lícita y deseable, pero no me encuentro sola en mi amor a Vienna-Crawford y Johnny-Sterling Hayden, Truffaut y Wim Wenders me acompañan. ¡Feliz verano!

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  3. Los creyentes, entre los que me cuento, terminan llegando a la conclusión de que es Dios quien te busca y te envía la fe en el momento oportuno. A partir de ahí ejercemos el libre albedrío. Ojalá te la mande pronto porque es una gozada que cambia la perspectiva de la vida.

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    1. De niña me asombraba que en el libro de religión -el dogma católico, supongo- se dijera que la fe es una gracia; si es una gracia, el ateo no tiene culpa, me decía yo, y si el ateo no tiene culpa por qué lo castiga la Iglesia, esa misma Iglesia que me enseña que la fe es una gracia, que Dios la concede cuando y a quien quiere.
      Quién sabe, yo, desde luego, me declaro ignorante, pero apasionada de la sabiduría.
      Por cierto, no recuerdo si fue Pascal quien dijo que quien busca a Dios, ya lo ha encontrado. Ojalá.
      Y gracias.

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  4. Me has dejado con la melodía de Johnny Guitar roncándome y sin poder quitármela de la cabeza. Lo mismo que aquel diálogo entre Joan Crawford y Sterling Hayden "miénteme, dime que te hubieras muerto si no hubiese venido", o algo semejante. Lo utilizó Almodóvar, ya sabes, en Mujeres al borde de un ataque de nervios, y muy sabiamente, creo, a pesar de lo horterilla que es el extremeño. Lo de miénteme es una ley en el amor. Nos repele, pero me temo que es cierto.

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    1. Manchego, Almodóvar es manchego. No sigo esa ley en el amor, aunque no niego que pueda ser útil. Para cambiar de musiquilla te sugiero la de Rafaella Carrá, "Para hacer bien el amor hay que venir al sur...". Soy perversa, lo sé.

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