jueves, 7 de marzo de 2024

La sufrida Caperucita (a propósito del Día de la Mujer)

¿Qué deseo? Igualdad de derechos y de oportunidades entre hombres y mujeres. Y una mirada limpia por parte de todos. Quizás esto, la mirada limpia hacia el prójimo, sea lo más difícil de conseguir y lo más necesario.

Con respecto a los cuentos, no cambiemos los antiguos, fraguados a lo largo de siglos; nos permiten criticar, interpretar, descubrir arquetipos y modelos, ya sean válidos o deleznables; en cualquier caso, nos incitan a pensar. Como este de Caperucita, tan presente en el imaginario colectivo. Y en mí, desde niña.

Para que nacer mujer no marque el destino, para que no lastre la vida, para detenernos en significados, para no envidiar a los hombres... este pasaje en palabras a sueños de antes. 



Sueños de Caperucita:

Soñaba con ser hombre para poder volar, para penetrar en la selva, para nadar entre delfines. Soñaba con ser hombre para vivir y amar, para tener una historia diferente. Soñaba con ser hombre y solo era una niña.

Quería ser Supermán, pero era Caperucita; Ulises, y se veía condenada a ser Penélope; ansiaba ser Aquiles, pero era la esclava Briseida.

En silencio viajaba como Simbad mientras sus manos pequeñas rechazaban la palabra marimacho que le lanzaban en los juegos. Oscuramente presentía la marca de Caín en su frente, pero no, hasta la maldad, la maldad grandiosa, era cosa de hombres; para la mujer quedaba la ruindad, la indecencia, la vileza.

Frente al héroe que vive, las heroínas sujetas a un destino que les impide moverse; lo más que pueden hacer para acercarse a la gloria es casarse con un héroe, parir héroes, o ser la hija de un héroe.

Crecía. Soñaba con amar y la asediaba el matrimonio; soñaba con sendas recónditas y se le abría un único camino recto; quería huir de la cárcel de su sexo, de la familia, del tedioso rincón que la sociedad le había reservado. No deseaba ser el botín que se disputan los guerreros, pero tampoco quería ser el guerrero.

Casi mujer, se sentía condenada a no ver más ríos que los regueros de agua que se escurrían al otro lado del cristal, las gotas, el vaho; se contemplaba a sí misma en una ciudad lejana y desconocida, mirando siempre por la ventana, disuelta su vida en las nubes.

No anhelaba un príncipe azul, pero sí un aventurero que la salvara con su amor.

Conoció a príncipes, pícaros y piratas y comprendió que ningún hombre podía salvarla, que ni siquiera sabían salvarse a sí mismos, que solo había una salida: vivir en soledad, como una loba perdida que renuncia a su manada.

Se lanzó al mundo creyendo ser una loba esteparia. Pero nunca dejó de ser Caperucita.


(De mi libro "Cuentos desobedientes", en busca de editor)