sábado, 15 de diciembre de 2018

Los paraguas de Satie. (II) Hipótesis revolucionaria.

Sigo con Satie, para ofrecer en esta entrada un estudio riguroso de las sucesivas viviendas que ocupó. Puede parecer una tarea fácil, pero no lo es en absoluto, pues el minúsculo cuchitril que habitó en Montmartre ha eclipsado a todos los demás, seguramente porque evoca los ingredientes que atribuimos a la vida bohemia: pobreza, excentricidad y avidez de vida.
Satie en su época de Montmartre,
con el traje "bohemio" de terciopelo verdoso.
Años después adoptaría el terno y el bombín.



Gusta tanto el famoso cubículo que hasta pretendidos especialistas satinianos lo toman como única morada; ni siquiera se han molestado en rastrear debidamente los campos de Google, donde acabé por encontrar sus diarios, en los que cuenta su vida con gracia y sinceridad; claro que, para aprovecharlos, se precisa saber francés. Partiendo de los lugares donde se alojó, he accedido no solo a información biográfica, sino también a los modos de vida en el París de fines del XIX y principios del XX y, lo más importante, a una hipótesis revolucionaria acerca de los famosos paraguas.

De fuentes varias tomo los alojamientos de su infancia, que enumero a continuación:



En Honfleur (Baja Normandía) aún se conserva la casa donde nació, contigua a la que alberga el Museo Satie, ambas del siglo XV y en pleno centro histórico. Allí vivió hasta la muerte de su madre en 1872. Contaba seis años y, junto a sus hermanos, pasó a un internado, aunque iban los fines de semana con su abuela materna, quien también murió pronto (1878) y de una extraña manera: ahogada en la playa, accidente no muy comprensible si recordamos la frialdad extrema de aquellas aguas.

Tenía entonces doce años y marchó a París, a casa de su padre, recién casado con una mujer que disgustaba profundamente a Erik, aunque probablemente le hubiera disgustado cualquier mujer que ocupara el lugar de su madre. Fue esta madrastra quien insistió en que siguiera estudios en el Conservatorio, institución que Erik no soportaba, hasta el punto de alistarse en el ejército para huir de ella.

No tardó en descubrir -cuatro meses duró la aventura militar- que la vida castrense era peor que  madrastra y Conservatorio juntos, de manera que se las arregló para coger una pulmonía que lo sacara del ejército.

Licenciado por enfermedad, regresa a París, al domicilio paterno. Corre el 1887 y el 18 de noviembre comienza su diario, donde declara que en la casa familiar se siente "como un hipocondriaco en un congreso de medicina". Las relaciones con su madrastra seguían mal, pero estallaron cuando ésta le descubre en conversación "íntima" con la criada.

El padre -y marido-, en pro de la paz familiar, ayuda económicamente a Erik a instalarse en  su primer domicilio independiente (calle Condorcet, 50), que le dura un par de años, en despojo creciente, pues acabado el dinero, se ve obligado a malvender muebles y enseres, hasta quedarse solo con el catre y una mesita. Pero no deja de escribir y componer.

De todas formas, quería mudarse, quería "zambullir cuerpo y alma en pleno país de la bohemia" y lo consigue el 13 de junio de 1890, trasladándose a lo más alto de la colina de Montmartre (calle Cortot, 6), allí donde "la vista alcanza hasta la frontera belga" y se siente "muy por encima de sus acreedores". Y donde descubrió el amor, el único amor que se le conoce.

Rue Cortot, 6. En la cima de Montmartre.

Pero mantenerse en esas alturas resulta incompatible con sus bajos ingresos. En mayo de 1891 escribe "no pudiendo mantener el ritmo infernal de mi alquiler, he conseguido que el propietario me alquile el cuarto del bajo, a pie de calle. Y, puesto que todo es proporcional, pago dos veces menos por un espacio dos veces más pequeño. Tan pequeño que "armario" resulta más apropiado que "cuarto". Esta es la habitación que se hará famosa, aquella donde se ubicó el Museo Satie de París, declarado el museo más pequeño del mundo. En este cuchitril cabe un camastro con un "cofre todo uso" (armario, mesa y lo que se tercie) a los pies. La puerta se abre lo justo para que un cuerpo delgado como el de Satie pueda deslizarse dentro. Una voluminosa tubería de desagüe cruza la pared -la "boa"- la llama Erik sin perder el humor, toque exótico, criatura salvaje que deglute, eructa, regurgita las aguas que le llegan de los pisos superiores.

En semejante cubículo aguanta ¡ocho años!, desde 1891 hasta 1898. Y no sólo le sirve para dormir: escribe, compone, dibuja, come si puede. Hasta que un personaje singular, Bibí la Purée, le habla de una vivienda barata y más amplia, bien entendido que cuando digo "vivienda" (chambre) me refiero a lo que hoy llamaríamos "estudio", con la desventaja de que los "estudios" de entonces carecían de agua y luz eléctrica.

Bibí la Purée


Pero vuelvo a Bibí la Purée. Antiguo actor, antiguo estudiante de Derecho convertido en mendigo, vagabundo, "clochard", palabra de difícil traslación al español. Frecuentaba Montmartre, Pigalle y el Barrio Latino; limpiabotas, vendedor de periódicos y de tarjetas postales; modelo de pintores, rey y mascota de los bohemios, devoto de Verlaine hasta el punto de presentarse como su secretario y amante; ladrón ocasional, en especial de paraguas: adoraba los paraguas y los coleccionaba. Al pobre se lo llevó la tuberculosis pocos años después. Pues bien, este personaje fue quien cedió a Satie su apartamento en Arcueil-Cachan (suburbio a unos diez km del centro de París): un largo pasillo que desembocaba en una habitación de unos quince metros cuadrados, un palacio en comparación al cuchitril que ocupaba en Montmartre.

Allí, en Arcueil, en la calle Cauchy 22 (hoy 34), en la llamada "Casa de las Cuatro Chimeneas", vivió Satie veintiocho años, de 1898 a 1925. Sin agua ni luz eléctrica, ni sanitario. Supongo que existiría un retrete en el rellano de la escalera, como el que retrata Roland Topor en "El quimérico inquilino" o los que alcancé a ver en las casas de vecindad de Lavapiés, en Madrid, en los primeros setenta.
Casa de las Cuatro Chimeneas, en Arcueil. Fotografía
de Robert Doisneau.


Disponemos de gran cantidad de información sobre la vida de Satie en Arcueil: militancia socialista y comunista, trabajo con comunidades de vecinos, con los niños y en actividades culturales... 
Quedan testimonios de la miseria descubierta por los amigos que entraron en su casa tras su muerte, pero hay detalles que solo puedo deducir. Por ejemplo, juraría que Satie se instaló en el estudio de Bibi sin depuración de cachivaches ni limpieza previa, que heredó basura y trastos y, en consecuencia, me pregunto si los famosos paraguas de Satie no serían los que robó y coleccionó Bibí la Purée... ¡Mira que si así fuera!


¡Tanto hablar de los paraguas de Satie y lo mismo los "heredó" y los sacaba a pasear para deshacerse poco a poco de ellos! 




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Editorial Allanamiento de Mirada.