lunes, 18 de diciembre de 2023

Otoño en flor

Todavía llego a tiempo, hoy 18 de diciembre todavía es otoño y resulta oportuno este poema en prosa dedicado a lo que no fue: 

"-Si yo hubiera tenido una hija y la hubiera llamado Amarantina y viviera en un jardín...

Le daría consejos, a ella, para calmar el miedo que en mí crece cuando los días se acortan:

 

'Amarante, Amarantina, cuida que las arvejas no huyan y las dalias no escondan sus colores.

Lo sé, temen a los filos y a los cuervos.

Amaranta, niña mía, flor crecida del otoño, queda la raíz y la semilla.

Y el viento pasa y nadie sabe por qué duerme el jardinero.

Amaranto, flor ofrenda con tu cresta colorada, calla, calla, que ya hablan las camelias, sibilinas y perfectas como flecha clavada en pleno corazón del corazón.

Preciadas, imprevistas, bellísimas flores de otoño, pensamientos incorruptibles, crisantemos sin sed de primavera.

Amarantina, tímido sosiego, sabor de lluvia, delicia de sol.”


Todas las flores que aparecen a continuación brotan tan solo en otoño.

















martes, 12 de diciembre de 2023

Un cuento-tango

 

        Tan solo una imagen: unas madreselvas, que huelen a tango.

CUANDO LA VIDA SEA VERDAD                                                      

Ponerse brillantina hasta el cogote, vestir de saco y corbata para pedirle a la vieja: “Vieja, anudame la moña”, y oír una vez más sus protestas, “No tanto, no soy tan vieja”, para contestarle riendo, “acá lo sos, acá sos mi vieja”. Besarla, calarse el sombrero lenceao y salir corriendo, huyendo de ruegos y consejos: “Habla como Dios manda”, “come algo”, “no vayas con malas mujeres”...

Dejar de escuchar cuando, con un quiebro garboso, esquiva la puerta entornada, porque a estas horas de la tarde del domingo, nadie cierra del todo la puerta de su cuarto.

Volar por los caminos, saltando con prisa las piedras y zanjas de las calles en construcción, pues Buenos Aires vive en perenne construcción, mientras él sueña sin fin con las mujeres que perturban la respiración de sus noches; sobre todo con una, la Deyanira, perfumada y colorida como flor de un día, esa flor fugaz que endulza la melodía de un tango pero amarga el corazón.

Lucir en el boliche como un compadrito guapo, empilchado como rey de oros, como sabidor en timbas y lancero en el amor; dejar que se acerque la piba sin mirarla, esperar a que le pida fuego, faroleando el cigarrillo erguido, dando ruedos con desgana, haciéndose rogar con cara de Valentino afligido.

Abrazarla al fin para bailar, porque agarrarse a ella es la felicidad; dominar, llevar y dejarse llevar por el fraseo del bandoneón: caminan, cortan de golpe, toman un rumbo nuevo, florean las piernas antes de la media vuelta impensada que quiebra la cintura de esta mujer que no le da tregua.

La Deyanira, que descansa del baile sorbiendo su refresco, marcadas sus formas bajo los encajes de domingo, erguidos los botones de sus pechos a través del corpiño liviano; apenas una pibita, pero ya tan curtida, de tan buen palique, con esos ojazos; que no se dé cuenta, que no sepa que lo tiene como borrego en redil; le chamulla un piropo torciendo el gesto y le sonríe con el cigarro de medio lado antes de escupirlo al suelo y llevársela a lo oscuro, donde las madreselvas crecen enredadas a las cañas.

Chapan, manotean a lo libre; desde el rincón más íntimo del patio su piel secunda el tango que suena. Se entiende con esta Deyanira como el bandoneón se entiende con la pianola, conjuntados en una travesía sin puerto, en una melodía sin memoria, en una música para penas ilusionadas.

Te quiero como se quiere a la vida cuando la vida es verdad”, canta el Rómulo en este momento.

Se cambió el nombre. Y no le duele, aunque su vieja se ofenda: “Si se enterara tu padre, Dios lo tenga en su gloria”. “Dejame, vieja. Dónde va un Eladio García por estos mundos, llamame Dante Trono, por un día. No más el domingo dejame ser como los demás”.

Ser como los otros compadritos que colman los boliches del barrio de la Boca. Oswaldo, Olimpo, Héctor, Rómulo... Nombres que imponen, que suenan regio, a italiano, porque los italianos arriban a millares y mandan más que los gallegos, cosa que también enciende a su vieja, que la llamen gallega a ella, una andaluza cabal.

Con sombras de cárcel lavé mi pecado”, canta el otro. Porque los tangos cantan desgracias de todos los colores, salvo la desgracia gris del laburo: ningún tango habla del trabajo, de la pena negra de levantarse antes de que salga el sol para deslomarse carneando reses en una jornada interminable, dentro de una nave helada. Ahí está lo bueno, que el laburo no existe en los boliches, que los bravos no trabajan, que campean los curdas bárbaros que viven de noche y se acuestan de día.

Ciego con la piba no ha visto acercarse al compadrazo, a Oswaldo el Milai, el de la faca, que también le hace ojos a la Deyanira y de un manotón se la saca de los brazos: “Andá, papamoscas, pasame esta papirusa. Y andate a la barra, que te conviden a grappa”. Ella se deja hacer, pero mira largamente a Dante, esperando que la recupere, que la defienda como macho bien bragao, pero Eladio retrocede, disimula, ríe como gracia lo que es afrenta y se va con el rabo entre las piernas a tomar la grappa cobarde.

Y de allí, de boliche a conventillos con baile, a beber amargo más que a bailar dulce, hasta llegar al burdel donde le fían, donde desfoga... La corbata arrastrada por el suelo, el sombrero hundido en el pico de la percha y una concha bostezando entre las sábanas rojas.

Ya de mañana, cuando vuelve a su conventillo, el patio bulle de vecinos, de palanganas, de niños chillones, de mujeres que vacían las aguas sucias y hombres que se anudan los zapatos. Y a la puerta del cuarto, su madre, que le espera llorando. “Ya está bien la joda, vieja. No me llore y déjeme dormir, que hoy entro de noche”.

 

Mientras, bien lejos, en otro cuarto:

-Ay, Rosarito, ¿dónde has pasao la noche?

-Que soy Deyanira, madre.

-¡Nombre de puta! ¿Para esto dejamos el pueblo? Más nos valdría volver a España.

-Mire, al menos aquí comemos. Trabajo no me falta y mientras yo gane mi pan y el de usted y padre, haré lo que me dé la gana.

“Volver... ¿Para qué? Allí era el señorito, aquí el Oswaldo”.

¿A quién le contará su cansancio? Su cansancio de que el Oswaldo haga con ella lo que se le antoja, su pena de que Dante se arrugue y la deje en manos de ese chulo. Dobla con cuidado los encajes mientras la madre insiste.

-Hija, ¡así no te vas a casar!

-¿Y qué? Lo que quiero es un amor de tango, muy grande, muy de verdad... ¡Muy desgraciado! Y luego morirnos los dos, madre, ¡sin niños ni suegra ni casa que limpiar!


Se lo jura a sí mismo: es la última vez que Oswaldo le pisa la mina. El próximo domingo no se achantará, le plantará cara, que hablen las facas. Al fin, morir en un lance de amores no es mal modo de morir. Y a ella, la ingrata, ya le dirá cuatro cosas. Aunque... ¿qué importa? Sufrir traiciones de las pibas engañosas es vivir, penar de amor es vivir. Todo es vivir salvo esos días, esas noches de encierro en el gran frigorífico de las reses muertas. Se vengará a su manera: cada vez que destripe la res con el cuchillo jifero, cada vez que deshuese las costillas de los costados colgantes... Cada vez que hunda su daga en los solomillos desgajados, imaginará que es a Oswaldo a quien clava la faca. Llegará el día, llegará la noche en que ese chulo no lo vuelva a achantar.

Te quiero.

                    Como querré a la vida

                                                                   cuando la vida sea verdad.


martes, 21 de noviembre de 2023

Sobre la guerra: Tanguy

 


Acabo de leer Tanguy, la primera novela de Michel del Castillo (Madrid, 1933), un excelente escritor francés del que voy consiguiendo libros poco a poco, puesto que en España se ha publicado una mínima parte de su obra

Tanguy, ficción autobiográfica, habla de su niñez en abandono, de su paso de un campo de concentración francés a uno nazi, del sufrimiento bajo la tiranía de curas sádicos a la liberación de un cristianismo que practica el amor, etapa feliz y breve; del padre y la madre que no merecen serlo, de la esclavitud del trabajo en una fábrica... Del miedo y el hambre. De la guerra que concita todos los males: “En una guerra no hay vencedores ni vencidos: no hay más que víctimas”.


Naturalmente, uno y otro bando en lucha se creen en posesión de la verdad y la razón, pero eso no les disculpa; prefiero a Tanguy, que “como había aprendido el valor de la sangre de sus hermanos, no se sentía capaz de derramar una sola gota de ella, aunque fuera para construir el mejor de los mundos posibles”. Mala la utopía que comienza derramando sangre, mala la ideología que pretende la eliminación de los disidentes, o los desprecia o los aprisiona. Y ahora pienso no en la novela, sino en Palestina. Condeno los ataques de Hamás, absolutamente injustificables, pero eso no significa de ningún modo otorgar carta blanca a Israel; tiene derecho a la defensa, pero no a la venganza, a una venganza cruel que me recuerda los castigos atroces que Jehová inflige a quien no es de su agrado y, por ende, ha de ser borrado de la tierra y malditos él y sus hijos y los hijos de sus hijos hasta la séptima generación.

En Occidente, en el mundo que aspira a ser democrático, no le vemos sentido a la culpa heredada; consideramos que los descendientes no son responsables de los delitos de sus padres; sin embargo, esta forma de pensar es bien reciente y en absoluto universal; es más, me atrevería a insinuar que el pensamiento atávico perdura en cada uno de nosotros, de un modo subconsciente y sibilino: escondido tras una ornamentada cortina, se halla dispuesto a salir a la luz en cuanto se le da ocasión. La ocasión la da el dolor: si un blanco, un negro, un señorito, un cura, un musulmán, etc. nos hace sufrir de verdad –pongamos que nos mata a una hija- resurge la condena al criminal y a toda su familia, o tribu o raza, o país.

Qué fácil ese “¡No a la guerra!”, qué inútil, especialmente si se proclama con espíritu belicista, pues ¿cómo mantener la paz desde el odio?

“¿Quién quiere la guerra, Tanguy? ¿La gente de la calle? ¿Aquellos que no comprenden nada de nada y se exaltan porque lo que dicen los diarios está bien dicho y les emociona? ¿Quién quiere la guerra? La guerra es una plaga. Gritamos: ‘¡Es la guerra, es la guerra’..., como en la Edad Media gritaban: ‘¡Es la peste, es la peste!’... Nadie quiere la guerra; pero la guerra está ahí y nos sometemos a ella. Solo nos arrepentimos cuando la conocemos y entonces es ya demasiado tarde.”

La guerra, la peste... Qué acertada figura la de los jinetes del Apocalipsis, y qué ganas de volver a ver “El séptimo sello”, de Bergman, y “Paseo por el amor y la muerte”, de Huston, película de menor calidad, pero de un pacifismo hippie que me recuerda mi mejor juventud.

...Castillo, Michel del: Tanguy (Historia de un niño de hoy). Ed. Ikusager, 1999.



viernes, 27 de octubre de 2023

Cambio de hora, la hora de Franco

 

Harold Lloyd, cambiando la hora

Ya llega, dos veces al año se altera el reloj para cambiar la hora. Aceptamos o discutimos la alteración, pero algunos –supongo que no solo me ocurre a mí- nos preguntamos por qué nadie habla de “la hora de Franco” y por qué no se elimina, por el mismo o mayor motivo por el que se eliminan sus estatuas. Me explico: en 1940, el dictador sincronizó la hora de España con la de Berlín, y así seguimos.

Copio literalmente la Orden aparecida en el BOE:

ORDEN de 7 de marzo de 1940 sobre adelanto de la hora legal en 60 minutos a partir del 16 de los corrientes.

Excmos. Sres.: Considerando la conveniencia de que el horario nacional marche de acuerdo con los de otros países europeos, y las ventajas de diversos órdenes que el adelanto temporal de la hora trae consigo.

Dispongo:

Artículo 1º: -El sábado, 16 de marzo, a las veintitrés horas, será adelantada la hora legal en 60 minutos.

A continuación se exponían una serie de disposiciones para coordinar los efectos del cambio en transportes, administración, etc. La orden terminaba asegurando que “oportunamente” se avisaría del “restablecimiento de la hora normal”. Con ello se refería al huso horario del meridiano de Greenwich (GMT), el que corresponde a España por su geografía, ya que la mayor parte de la península queda dentro la zona determinada por esta línea imaginaria convenida como referencia para los husos horarios de todo el mundo.

Un año antes, Inglaterra había adoptado también la hora alemana. Lo mismo hicieron otros países (se me ocurre la malvada pero lógica idea de que había que sincronizar los bombardeos), pero acabada la Guerra, volvieron a sus respectivas cuentas horarias, salvo España, que se quedó con la hora de Berlín. De forma que Vigo, en Galicia, tiene la misma hora que Varsovia (Polonia), que está a 3.200 kilómetros de distancia, pero una hora más que Oporto, a solo 150 kilómetros.

 

Citando a Pere Planesas (astrónomo del Observatorio Astronómico Nacional) en entrevista a la BBC Mundo, 2016: “Toda España (salvo las Islas Canarias, donde hay una hora menos) tiene la Hora Europea Central (la de Berlín) en lugar de la Occidental (la de Londres), lo que implica una hora de adelanto con respecto al sol en invierno y dos en verano, como promedio.

En las zonas occidentales (como la región de Galicia), hay lugares en que el sol se pone a las 22.00 de la noche en verano y en invierno no sale hasta las 9 de la mañana. La discrepancia entre la hora solar y la oficial puede llegar a ser de casi tres horas”.

Así están las cosas, y por ello me carcajeo en más de una ocasión al oír hablar de horas y horarios; por ejemplo, cuando en verano leo los sabios consejos de no tomar el sol a mediodía: ¿qué mediodía? A las doce, en España, la hora solar corresponde a las diez, y a las cinco de la tarde, son las tres. ¿Cuándo nos vamos a acompasar mínimamente con el sol y demás astros? ¿Tendremos que arrastrar para siempre “la hora de Franco”?

         En Milán, justo antes de que se enciendan las luces urbanas.

        Al Sol le importan un comino nuestros cálculos.

        Lo mismo le pasa a la Luna.


         Esa hora tan especial en que se encienden las primeras luces.

                Reloj y ansias de llevarse el tiempo por delante.

        Velocidad sin prisa.

                        Extraterrestre rendido a los horarios terráqueos.

    Hora de cenar para las zancudas.






martes, 3 de octubre de 2023

Motivos, tal vez razones, para fotografiar

 

Para capturar el momento, ese momento de las luces, las sombras, volúmenes y movimientos. 

Por dar un paseo entre la infinita sucesión de situaciones, objetos, seres.

“Me olvidarás”, dicen las cosas, los pájaros, los árboles.

Fotografío para no olvidar. O tal vez para olvidar mejor.

Tímidos. Acuden al baile y no bailan. Se esconden en un rincón, observan. 

Me parapeto tras la cámara; me proporciona distancia, sin que llegue a ser demasiada, la justa para evitar el baile sin dejar de sentir la música.

Observar. Retratar. 

Quisiera haber retratado a miles de personas, muy especialmente a aquellas que han sido importantes para mí: no lo he hecho. Las veía tan a menudo... hasta que un día dejé de verlas. Sin embargo, no aprendo; sigo fotografiando más pájaros que amigos, más ángulos de luz o de sombra que amigas, más árboles que miembros de mi familia.

Tal vez se deba a que ni árboles ni  patos se quejan, nunca me han dicho “me has sacado gordo” o “ese pico no parece el mío”; tampoco exigen programas de embellecimiento. 

Tal vez por mi maldita timidez, o porque me gusta fotografiar a solas, en silencio, viviéndolo como una forma de introspección.

Introspección: manera de explorar el Universo.

Mi fotografía: instrumento de Heráclito, aprendizaje de la duda, posiblemente un juego.

      1. Rayas en el agua.

     2. Camino a la nieve (por Guadix).

     3. Nieves de hace tiempo.

     4. Esmero en cada ocaso.

     5. Despeinado.
 6. Incansable el otoño.

     7. Llamativo el charco-reflejo.

8. Más llamativo todavía.

     9. Contraluz de la catedral de Guadix.



10. Contraluz de zapatos colgantes.













11. Contraluz de la estación de autobuses de Granada, ¿recordáis sus tiempos de aspiraciones vanguardistas?

12. ¿Seguirá La Oriental surtiendo de dulces a Guadix?

      13. ¿Y esta escultura de Almuñécar saltando en freestyle?




14. Un buen rato en la calle.








     15. Ascensores del Museo Reina Sofía de Madrid.



16. Habitante del Museo de Jaén.













17. De refilón en la Puerta de la Justicia.


















18. Deseando salir.







19. Existen estanques dorados.

      20. Y despedidas en el río.


¡Hasta la próxima!


lunes, 4 de septiembre de 2023

Reseña de "Ejemplares vivos a la luz de la luna", por Custodio Tejada (2)

 Reseña por Custodio Tejada en Todoliteratura (2ª parte)


La autora/protagonista escribe desde el principio pensando en el lector, al que introduce en el texto de una manera “espectral”, como un espejo más, y así podemos leer en la página 43: “Vaya, me doy cuenta de que acudo al lector en apelación expresa, ¿un truco para involucrarte a ti que lees mis peripecias? ¿Existes? ¿Diálogo con un lector inexistente en la esperanza de que algún día exista?...”. A la autora le gusta jugar, establecer una especie de yincana en la que el lector se sienta protagonista de su propio juego. También está presente el cine, como otro espejo más. Así hace referencia a “La dama de Shangai”, “Marcelino, pan y vino”, “Jhony Guitar”, “Planeta Prohibido”, “Como en un espejo”. “El cine, en sí, es un espejo: refleja la sociedad, sus pesadillas y deseos, su visión de la vida e invención de la Historia” –dice en la página 50. Dios y las religiones actúan como otros espejos más: “esa metáfora que hinduismo y budismo llaman Maya, la Ilusión” (p. 52). Una carrera de relevos parecen los distintos espejos. En sus renglones percibimos los rastros de las constelaciones familiares y de Freud: Refiriéndose a Hixam relata en la página 66 que “ríe como lo que es, un niño perverso a cualquier edad, enfermo de inmadurez crónica, caprichos insaciables, conciencia culpable y terror infantil. Así lo percibo en mi visión: así lo han hecho su propia madre y Almanzor”.

Es un viaje interior, pero también un retrato social o un retrato de época, donde toca distintos temas: la maternidad, la muerte, el viaje, el tiempo… Pero también es un viaje metaliterario y metapoético: “Frecuento a Borges y me crie con cuentos de todas clases” –confiesa en la pag 58, o, “los poemas pueden actuar como palabras mágicas, y probablemente lo son, pero tal vez no bastan, tal vez debería…” –expone en la página 157. La autora también ejerce la crítica literaria: “nunca han visto a Alicia. Yo sé por qué, porque Lewis Carroll era un farsante, un adulto que no sabía nada de la infancia y se limitaba a utilizarla” –comenta en la página 151. O cuando habla de Peter Pan en las páginas 70 y siguientes o en la 168 y siguientes, planteándonos un ensayo. “Milton, en El paraíso perdido transforma la religión en poesía y la poesía en religión; con esta metamorfosis salvaguarda la libertad” –exhorta en la página 229.

Cuando leemos y comprobamos la habilidad que tiene Josefina para nombrar y personificar, comprendemos que además de narradora, es también una gran poeta con sentido del humor. “Ciprés Insomne”, “año del Algarrobo que Nunca Llora”, “Castaño Incomprendido”, “Manzano Dormilón”, “Magnolio que Huyó del Parque”… Lo que nos demuestra el espíritu juguetón de la narradora que actúa muchas veces como esos martinicos traviesos y bromistas.

“Esta novela en exceso compleja y, para colmo, semiajena” –como la define la propia autora en la página 177, tiene algo de mirada atrás, también de unas memorias sui generis. Eva-Josefina nos advierte del juego: “lo que para mí es literatura, para ella es biografía”. La autora, con un fino sentido del humor, seduce y desarma al lector. Basta con asomarse a su alegato exhortación contra el demonio de la grasa y el colesterol para comprobarlo (páginas 122 y siguientes, 188) “Parafraseando a la reina de Blancanieves, le pregunto al espejo mientras me peino: < espejito, espejito, di la verdad por favor, ¿hay alguien más tonta que yo?> Gracias a Dios no contesta” –podemos leer en la página 223. Porque como dice la autora en una entrevista: “el sentido del humor y la ironía aligeran y liberan el peso del drama”.

Las palabras anzuelo que la autora va esparciendo por el texto con un gran poder de imantación nos van seduciendo hasta dejarnos postrados ante su escritura de altos vuelos. “Reconociendo mi carácter de tiquismiquis con las palabras, caprichosa con la sintaxis y maniática de la concisión y la síntesis” –confiesa metaliterariamente la autora en la página 167. Así: “reflexión-espejo, especular, caleidoscopio, estanque o balsa de mercurio, espejo líquido, fuente de azogue…” invitan al trance. La lectura permite que uno se mueva como en una especie de plano astral “de manera que cada lector pueda creerse descubridor del secreto” –dice en la página 93.

Qué es la escritura sino un espejo que no siempre refleja a quien escribe o a quien lee, sino a todo el mundo. Es importante cazar a lazo estos “Ejemplares vivos a la luz de la luna”, porque “necesitamos la magia” de una escritora como Josefina que consigue con sus renglones hacer una metempsicosis literaria de observaciones, vivencias y reflexiones. Parafraseando una cita del propio libro podríamos decir que es una novela que “me entretiene, me fascinan sus aventuras, sus viajes por el mundo material y el mental”. Y es que de alguna manera, la literatura para Josefina ha sido un plan de huida: “la necesidad de huir para poder vivir” –leemos en la página 172. Es un libro lleno de guiños, de nombres, de juegos, de magia, de espejos… Josefina da muestras sobradas de ser una excelente retratista. Si todo el libro puede leerse como un gran retrato de época, lleno de descripciones, página a página se van alternando la prosopografía y la etopeya hasta conseguir una especie de museo de lentes y espejos, un álbum casi fotográfico de “Ejemplares vivos a la luz de la luna”. Un lugar mágico a caballo entre el grimorio y el bestiario. Es un libro para disfrutar de lo lindo, idóneo para releer, porque con cada nueva lectura el idioma de sus espejos/espejismos puede ser otro distinto. Y cuidado con los destellos/reflejos que también encandilan. Y sin desmerecer a nadie, Josefina no es una autora que trata temas por encargo, escribe lo que quiere sin pensar en los premios o en los reconocimientos, pero podría publicar en cualquier editorial por mérito propio. Es mi opinión.

Opiniones de un lector

Custodio Tejada

            Siempre hay más de lo que vemos

                                    Y más de lo que sabemos

     Sombras y reflejos


Podéis comprar el libro en la web de Editorial Amarante o en librerías.

editorialamarante.es/libros/narrativa/ejemplares-vivos-a-la-luz-de-la-luna 


Reseña por Custodio Tejada, en Todoliteratura (1)

"Ejemplares vivos a la luz de la luna", de Josefina Martos Peregrin  (1)


POR CUSTODIO TEJADA
Jueves 12 de enero de 202312:00h

Custodio Tejada, espléndido poeta y narrador, me ha regalado esta reseña lúcida, bien trabajada y bien escrita. La publicó en la revista "Todoliteratura" y merece ser incluida en mi blog. Como se trata de un estudio extenso, selecciono los fragmentos imprescindibles y la doy a conocer en dos partes, aconsejando a quien quiera leerla completa que acuda a la propia revista:

https://www.todoliteratura.es/

Por otra parte, no olvido el gusto por las "estampitas" que nos caracteriza, de manera que añado algunas fotografías, no ilustrativas del libro, sino sugerentes, imágenes relacionadas con lo no visible, por oscuro o indefinido. Y dejo paso a Custodio Tejada:

Ejemplares vivos a la luz de la luna" me ha parecido una novela singular, también algo experimental en muchos aspectos, pues no sigue una trama lineal. Es un caleidoscopio de historias… El espejo como metáfora es el elemento que unifica y da entidad a todas ellas. Es un relato cargado de erudición, con una prosa cuidada, salpicada de imágenes poéticas, llena de reflexiones filosóficas” –escribe Carmen Hernández Montalbán en la revista Absolem. Miguel Arnas Coronado comenta en el periódico Ideal: “Cuando uno comienza la lectura de esta novela evoca la tendencia iniciada por Sebald de mezclar ensayo con ficción. Solo que aquello sobre lo que aquí se ensaya es lo oculto, lo misterioso, lo irracional… esta novela no es de terror y ni mucho menos de género. Es literatura de altos vuelos”, “ya conocíamos la labor de Martos Peregrín como cuentista, verdaderamente encomiable, con una prosa rica y fluida. Aquí nos sorprende con una obra original y que excita el pensamiento”. Y César Rodríguez de Sepúlveda dice que “es una apasionante incursión en el inquietante mundo de los espejos. Desde su misma estructura, ya que todo el texto está construido sobre los centelleos que intercambian dos narradoras, espejo la una de la otra, reverberando las palabras de una en las de otra, y haciendo que nos cuestionemos la fiabilidad de ambas… En esta estructura duplicada y duplicante se inserta un racimo de historias”. En la contraportada del libro leemos en la sinopsis que “reflexiones y reflejos nos alumbran en la indagación de un misterio que fluctúa entre la locura y lo imposible, mientras asistimos a las aventuras vividas por personajes diversos, tan llamativos como cristales de colores, en una historia hecha de historias que combina la fatalidad de los espejos rotos con la azarosa belleza de las flores de caleidoscopio”.

Josefina Martos Peregrín, cuyos “sueños a veces transcurren con subtítulos”, en una entrevista concedida a Javier Gilabert para Secreto Olivo confiesa que “con cada libro sufro, río, me desespero, viajo, indago, disfruto”. Y con este “sentí una acuciante necesidad de reflexionar sobre conceptos íntimamente unidos al espejo: la verdad, la apariencia, la identidad, el doble, el misterio, la posibilidad de otras dimensiones, la máscara, la locura”. Ejemplares vivos a la luz de la luna “muestra diferencias notables con obras anteriores; en concreto, una mayor extensión, la hibridación de géneros (narrativa, ensayo, lírica, autoficción y el papel decisivo de elementos metaliterarios”. Dice la orientalista-espiritualista Alexandra David-Néel: “he ido al corazón de la espesura por senderos inverosímiles”, y eso es lo que ha hecho Josefina Martos para escribir el viaje iniciático de este libro. Pero por mucho que digamos la autora aconseja en la página 160 que “sobra cualquier tipo de erudición, basta con leer y seguir el hilo de lo que iré contando”.

                   Todo efecto obedece a una causa, pero la ignoramos.

El argumento presenta la acción con relatos intercalados, documentos adjuntos, testimonios, viajes, diario… Una dedicatoria abre el primer reflejo: “Para Juan Manuel, el más feliz de mis espejos”. Comienza con una cita de Jean Cocteau: “Los espejos son las puertas a través de las cuales la muerte va y viene”. En “Punto cero. Reflexiones y reflejos”, la primera parte, que va de la página 11 a la 153, hay 19 capítulos. En la segunda, “La cara oculta”, que va de la página 157 a la 253, otros 19. Dos partes que funcionan como un espejo, a un lado Eva Petrovna y al otro su reflejo, Josefina. En la primera parte habla “Eva Petrovna, periodista y parasicóloga”, pero en la segunda “la cara oculta”, habla “su albacea literaria, su compañera invisible, la otra”. Y en el capítulo “No soy la misma” la autora se nombra a sí misma: “Yo me llamo Josefina Martos, coautora de esta novela caleidoscópica, un volumen de magias, una especie de grimorio que recoge fórmulas y ritos, procesos de cocción en marmita lenta y recolección de ejemplares vivos a la luz de la luna”. Lo que nos manifiesta, una vez más, el espíritu juguetón de la escritora y la voluntad de hacer cómplices de sus “andanzas literarias” a los lectores. En la segunda parte nos previene de que “aparecerán dos magas”: Alexandra David Néel y Helena Petrovna: “me relaciono con ellas a través de sus escritos, para mí la mejor forma de relación” –advierte. Dos médiums narradoras, pero un solo libro, una novela con destellos de ensayo. Además la autora intenta también explicarnos su modus operandi como narradora a través de un “método holmesiano”. El libro, en especial la parte final, presentada como un diario, nos introduce en la liturgia de la muerte como un camino y vía de revelación. ¿Podría entenderse como otro paralelismo/reflejo más, un “entierro celestial” en el que la autora/rogyapa ofrece su cuerpo literario a los buitres/lectores/intérpretes en un festín tibetano y budista? (página 264) En cualquier caso la novela es un tributo a la escritura y a los viajes.

    Niebla, intuición, engaño.

Palabras cóncavas y a la vez convexas consiguen crear una atmósfera/espejismo envolvente que llevan y traen al lector en volandas del misterio. Sorprende la magia de los nombres y de las menciones, colocados ahí a caso hecho, como si fueran agujeros de gusano. Aparecen en el texto muchos nombres que actúan como espejos intertextuales: Valle Inclán, Indiana Jones, Apolonio de Tiana, Alberto Magno, Madama Blavatsky, los hermanos Grimm, Plauto, el Fantasma de la Ópera, Narciso, la ninfa Liríope, Tiresias, Frankenstein, Moby Dick, Drácula, Bécquer, Poe, Lovecraft, “Marcelino, pan y vino”, Max Estrella, Alejandro Sawa, Mr. Hyde, Orson Welles, Rita Hayworth, Rodolfo Valentino, Almanzor, Francesca Woodman, Peter Pan y su “legión de fantasmas párvulos”, Goya, Shakespeare, Diego Fint, Cristo, San Pablo, Corintios, Agustín de Hipona, Iker Jiménez, Rilke, Dylan Thomas, Miguel Ángel, Cervantes, Don Quijote, Sancho Panza, Ana Frank, Los Beatles, Rodin, Perséfone, Alexandra David Néel, Kaspar Hauser, Hitchcock, Ingmar Bergman, Edith Piaf… Pero el texto, como si fuera una galería de los espejos, también está lleno de lugares a los que nos teletransporta: Callejón del Gato, Madrid, Córdoba, Nunca Jamás, Cuesta Moyano, Ikea, Hades, Laguna Estigia, Hélade, Roma, Medina Azahara, mezquita, Elche, Sumeria, Egipto, España, Inglaterra, Praga, Grecia, India, Rabat, Montevideo, Tíbet, Versalles…


            Viajes. Imposible vuelo.

El texto, además, está salpimentado con una retahíla de aforismos que pueden dejarte un rato congelado en tu propio pensamiento: “No existe objeto ni saber que el género humano utilice del todo bien, porque nada puede ir bien mientras nuestra curiosidad sea mayor que nuestro respeto” (p. 35). Otras con gran sentido del humor y fina ironía: “Lástima no entender lo que dicen las moscas en su zumbido, cuántas citas de moscas filósofas, tan cultas y bien voladas, nos perdemos” (p. 42). “Mientras estamos vivos nos vemos inmersos en la vanidad del ser, en la nada multiforme y no podemos evitar el ensueño, ya penoso, ya feliz, pero siempre engañoso y transitorio” (p. 52). O “en un espejo siempre hay más de lo que vemos” (p. 28).

                      Visión y duda.

En el libro se mezclan personajes y autores en un encuentro espectral digno del mejor espejo literario. En él también viaja un canon/equipaje, el que la autora/lectora ha elegido para esta novela/viaje. Porque lo que nos propone Josefina, una gran viajera, no es otra cosa que un viaje, un viaje espectral a través de la palabra y las ideas. La autora, con un ojo crítico de Gran Hermano que todo lo ve, va desmenuzando una “realidad especular” que es intemporal, por lo que tiene de visionaria. La narradora omnisciente, como si fuera una vidente, nos guía y nos lleva de la mano por la novela a través de su fina ironía y el suspense. Nos aguardan distintas historias dentro de la historia, como muñecas matrioscas que encajan unas dentro de las otras. Como “Espejo hambriento”, que da fe de que toda realidad es un reflejo fragmentado de espejos rotos, igual de fragmentado que nos presenta el argumento de esta novela, que bien podría funcionar como un libro de relatos. O la del espejo veneciano.

Si toda lectura es un punto de encuentro, este libro resulta que es una calle o una plaza en la que puedes sentarte a ver pasar la muchedumbre y a ti mismo entre ellos, en un juego de espejos mutantes. Varias preguntas te surgen conforme vas adentrándote en su espesura: ¿hasta dónde autora y protagonista coinciden y divergen (Eva Petrovna y Josefina)?, ¿hasta dónde se solapan “identidad y máscara”? La palabra/concepto espejo (aderezado con toques filosóficos, históricos, teosóficos, literarios…) es el hilo de Ariadna que la autora ha elegido para dar sentido al conjunto, pero también para hilvanar el argumento antes de coser cada capítulo con el título final, que suena en cierta medida a aquellos grimorios antiguos o bestiarios de la Edad Media.

     Quién sabe.

Repito: solo los fotogramas son de mi autoría. Y la segunda parte de la reseña escrita por Custodio irá en el próximo blog.