lunes, 30 de octubre de 2017

Una rata lectora

       Firmin es una rata; nace y se cría en una librería inmensa, atestada y vieja. En un barrio amenazado de muerte, en el Boston de los años sesenta, entre anaqueles y baldas de madera cruda, alimentándose de libros, adorando a Norman, el librero. Pero, cuidado, Disney por aquí no pasó, no existe edulcorante alguno en esta novela de Sam Savage, donde una rata macho fea, asquerosa y canija nos cuenta su vida en primera persona.

       Pobre Firmin, el último de los paridos por una madre borracha, en una camada de trece. Y sólo doce tetas, adivinen quién no mamaba. Exactamente: a Firmin, el esmirriado, sólo le llegaban las últimas gotas de cada ubre. Para mitigar el hambre comienza a comer papel, se aficiona, se hace adicto y... ocurre el prodigio: "Estoy convencido de que estas páginas masticadas aportaron la base nutricional de lo que modestamente denominaré mi insólito desarrollo mental".


      Esta su relación visceral con los libros me resulta envidiable y el modo en que lo cuenta, también: "Mi devoración al principio era tosca, orgiástica, descentrada, cochina; me daba igual emprenderla a mordiscos con Faulkner que con Flaubert, pero pronto empecé a percibir sutiles diferencias. Me di cuenta, al principio, de que cada libro poseía un sabor distinto, dulce, amargo, agrio, agridulce, rancio, salado, ácido. Y según fue pasando el tiempo y mis sentidos ganaban en agudeza llegué a captar el sabor de cada página, de cada frase y, finalmente, de cada palabra".

        Lee, piensa, siente, ama, pero no es humano; rechazo la afirmación de algunos críticos que lo consideran un hombre atrapado en un cuerpo de rata. Nada de eso, aunque si la humanidad fuera un premio, nadie lo merecería más que Firmin. Ninguna soledad tan absoluta como la suya, tan ajeno al mundo de las ratas como al de los hombres, porque donde realmente vive es en los libros. Y en el cine. En el blanco y negro de las películas antiguas y en el color subido de tono de las pornográficas.

           Firmin envidia a Fred Astaire y desea a Ginger Rogers; sueña con esas mujeres que abren su sexo en la pantalla a partir de la media noche, aun sabiendo imposible cualquier contacto: "Malo es el amor no correspondido, pero lo que verdaderamente puede hundirlo a uno es el amor no correspondible".

          
        

        Ahora sé qué le ocurrió a esta "Filosofía" de Balmes que heredé de mi abuelo: alguna otra rata triste y prodigiosa desarrolló su mente masticando silogismos y, como Firmin, llegaría a distinguir el sabor de cada palabra. Y a asumir la soledad de una rata diferente.


         Haréis bien leyendo esta novela.









SAVAGE, Sam: Firmin. Ed. Seix Barral.


domingo, 15 de octubre de 2017

GRANADA EXÓTICA

     
La Alhambra, con todo el aroma del exotismo
      
Vivo en una de las capitales del exotismo, en una Granada doblemente exótica por oriental y nostálgica de su orientalismo.
        A menudo, en la nostalgia añoramos lo que nunca existió, siendo el pasado un territorio tan propicio a la ficción como el futuro y, en este sentido, tanto da hablar de futurismo como de historicismo, tan fantasiosa la novela histórica como la de ciencia-ficción, aunque a menudo la fantasía de aquella resulta más burda y sus anacronismos, más insoportables.

        ¿En qué consiste el exotismo? No voy a abordar complejidades al modo de Edward Said, si bien coincido con él en lo principal: exotismo suele acompañar a colonialismo. Pero, básicamente, es un sentimiento; más una ilusión que un concepto, inseparable de la idea de Oriente y Occidente, esa geografía mítica de la que no logramos desprendernos los "occidentales". Una mezcla de inferioridad y belleza, de placer y peligro... Pero un peligro calculado, comedido, pensado para servir de acicate al placer.

        Ya viene de antiguo; por fijarme un punto de partida, pienso en Marco Polo y cómo abrió las puertas de Europa a la fantasía, a la aventura, a los horizontes sedeños, a la barbarie refinada. ¿Quién no ha soñado con palacios de mármol florido? Penumbras perfumadas, alfombras de oro y seda. Aves parlantes en el jardín. Granada tiene ese sabor y aunque su realidad abarque innumerables facetas no exóticas y no menos atractivas, los turistas vienen en busca de una perla oriental perdida en Occidente. 

       No seré yo quien tire la primera piedra, yo, que borracha de Mil y una noches, transmutada en osado príncipe desflorador, escribí este poema (lo titulé "Oriental", por supuesto):

Tras la celosía
Exótica o no, siempre bella
tus ojos y tu prisión.
Ante la celosía
el cielo y los jardines.

¿Y mi caballo?
¿Y mi palacio?
¿Y mis sedas?
¿Y mi harén?

Lo he perdido todo
por no tener
nada que perder
al quebrantar tu celosía.


         Oriente y Occidente, espacios mentales en los que habito, quiéralo o no, y a los que sucumbo de vez en cuando.