jueves, 22 de febrero de 2018

Demasiadas imágenes


Confieso que me encuentro totalmente en crisis con la fotografía, una crisis que comenzó hace lustros, con la revolución que supuso la llegada de la digital. En primer lugar me sentó como un tiro haber dedicado tanto tiempo -años- al aprendizaje del manejo de cámaras, a la corrección manual de las copias (pincel finísimo y tinta sutil), al estudio de principios ópticos, a la comparación de unas lentes con otras... Y las tardes de revelado en el cuarto oscuro, probando químicos, papeles de diferente composición y sensibilidad, bombillas verdes, bombillas rojas, acetatos, placas de cristal, negativos... Todo aquello ¡a la mierda! Sí, por más que oficialmente se intentara mantener la ficción de que tan solo cambiaba el modo de captación, sin afectar a otros aspectos, cambió todo: el significado, concepto, papel y rumbo de la fotografía.

Si observáis con atención (o ampliáis), apreciaréis en el cielo de El Rocío, los crispantes hilitos y manchas propias del revelado manual, adquiridas en el que fue mi laboratorio.

Además, a mí aquel tinglado me gustaba; cierto que el revelado y positivado de películas y copias daba mucho trabajo, que me atacaban los nervios las partículas de polvo y los omnipresentes hilitos que se adherían al negativo; que me hubiera dado de capones con la rueda de revelado cada vez que me equivocaba en la elección de película o de abertura o se me olvidaba renovar el fijador, pero... era pura magia acechar la aparición de la imagen sumergida en el revelador, levemente iluminada por la luz roja en la que yo misma me movía; se asemejaba a la aparición de un espectro, un espectro esperado y deseado. Sin embargo, la auténtica fotografía espectral es la que predomina ahora; es decir, después de la revolución digital -en cuanto a fotografía se refiere- aconteció una segunda revolución, la de la fotografía inmaterial, esto es, sin soporte material alguno, ni papel ni película ni cristal ni nada: puro espectro transitorio, realidad virtual en continuo movimiento de un aparato a otro.

En esta, además de manchas, se puede apreciar que elegí un carrete de 
sensibilidad demasiado alta, sin ninguna necesidad, porque sobraba luz aquella
mañana en Belchite. Y luego, para acabar de estropearlo, la sometí a un
revelado cromógeno.

No se trata únicamente de mi opinión, de hecho me guío en reflexiones y juicios por lo que expone y explica magníficamente Joan Fontcuberta en su libro La furia de las imágenes, en el que he encontrado una sistematización de mis preocupaciones fotográficas y un análisis exhaustivo de la situación actual, que puede resumirse en pocas palabras: vivimos una invasión de imágenes sin precedente. Me identifico con sus conclusiones; es más, por mi cuenta y de manera más burda, había llegado a las mismas, pero Fontcuberta pone a nuestra disposición su base intelectual, que abarca todo lo publicado al respecto, además de exposiciones fotográficas, nuevos caminos, autores, investigaciones, su lucidez de pensador y su experiencia como gran fotógrafo que es. Únicamente no comparto su línea de soluciones "postfotográficas", no me valen. Debo encontrar mi propia solución. De momento bastante trabajo tengo con organizar los miles de fotografías que arrastro conmigo. Y lo más difícil, al tiempo que necesidad apremiante: darles un sentido en este mundo sobresaturado de imágenes.

Ésta me gusta, a pesar del grano visible. A fotos así, que me satisfacen, debo darles sentido. O encontrárselo.