miércoles, 16 de marzo de 2022

Calima

Llamativa y sorprendente, en ella nos hemos visto inmersos. La calima cambia el mundo, lo oculta y apaga, difumina perfiles y distancias y me complace, aunque sea molesta. Con ella se nos acerca el Sáhara, se nos mete en casa en forma de micropartículas ocres, más cercanas al rojo de la teja que al arrebol de la granada.


Me hubiera gustado vivir en Almería, para espantarme ante ese aire de fuego sin llama, verla llegar, inesperada ella, incrédula yo; pero vivo en Granada, donde ha sido algo más modesto el fenómeno, aunque he disfrutado observando y tomando unas cuantas fotografías por los alrededores de casa; mientras paseaba con la cámara, me parecía que apenas flotaba una bruma débil, como de ámbar, pero después, al pasar las imágenes al ordenador, he encontrado unos efectos visuales notables, que convierten los paisajes urbanos en daguerrotipos virados al sepia.


La tierra vuela, cambia de continente: polvo, arena, barro, ceniza... Todos estos ingredientes he encontrado al buscar la composición de la calima. Yo diría, a juzgar por el depósito que permanece sobre las superficies de Granada -terrazas, automóviles, barandillas, plantas- que esta que nos ha invadido tenía más barro que arena, quizá por este motivo resulta tan pegajosa.

Probablemente cedo a la sugestión, porque al mirar el atardecer del día anterior -la víspera del prodigio- creo adivinar un sol velado, temeroso de lo que se avecina.





Me sentí extraña, ante unas glicinias incoloras y unas vistas invisibles.


Irreal se volvió nuestro entorno, de una irrealidad contagiosa, porque sin duda todo lo que acontece en la naturaleza exterior se contagia a nuestra interior naturaleza.



Hasta el agua de las fuentes parecía turbia y este león, junto a Las Titas, sobrecogido.


Desde casa, el cielo se volvió de color ladrillo y creí oír aquel trabalenguas de "El cielo está enladrillado", que probablemente ya nadie recita.


Tenía que llover y ha llovido, pero todavía hace falta más agua, los charcos son demasiado rojos y las figuras de las fuentes aún no se han repuesto del susto.


Nunca había visto a este amigo de la Fuente de las Granadas tan demudado y desteñido.


Ni al enemigo tan borroso.


Ya conozco la niebla africana, ha sido una experiencia fascinante, pero no necesito más: que una buena lluvia se la lleve.