sábado, 15 de diciembre de 2018

Los paraguas de Satie. (II) Hipótesis revolucionaria.

Sigo con Satie, para ofrecer en esta entrada un estudio riguroso de las sucesivas viviendas que ocupó. Puede parecer una tarea fácil, pero no lo es en absoluto, pues el minúsculo cuchitril que habitó en Montmartre ha eclipsado a todos los demás, seguramente porque evoca los ingredientes que atribuimos a la vida bohemia: pobreza, excentricidad y avidez de vida.
Satie en su época de Montmartre,
con el traje "bohemio" de terciopelo verdoso.
Años después adoptaría el terno y el bombín.



Gusta tanto el famoso cubículo que hasta pretendidos especialistas satinianos lo toman como única morada; ni siquiera se han molestado en rastrear debidamente los campos de Google, donde acabé por encontrar sus diarios, en los que cuenta su vida con gracia y sinceridad; claro que, para aprovecharlos, se precisa saber francés. Partiendo de los lugares donde se alojó, he accedido no solo a información biográfica, sino también a los modos de vida en el París de fines del XIX y principios del XX y, lo más importante, a una hipótesis revolucionaria acerca de los famosos paraguas.

De fuentes varias tomo los alojamientos de su infancia, que enumero a continuación:



En Honfleur (Baja Normandía) aún se conserva la casa donde nació, contigua a la que alberga el Museo Satie, ambas del siglo XV y en pleno centro histórico. Allí vivió hasta la muerte de su madre en 1872. Contaba seis años y, junto a sus hermanos, pasó a un internado, aunque iban los fines de semana con su abuela materna, quien también murió pronto (1878) y de una extraña manera: ahogada en la playa, accidente no muy comprensible si recordamos la frialdad extrema de aquellas aguas.

Tenía entonces doce años y marchó a París, a casa de su padre, recién casado con una mujer que disgustaba profundamente a Erik, aunque probablemente le hubiera disgustado cualquier mujer que ocupara el lugar de su madre. Fue esta madrastra quien insistió en que siguiera estudios en el Conservatorio, institución que Erik no soportaba, hasta el punto de alistarse en el ejército para huir de ella.

No tardó en descubrir -cuatro meses duró la aventura militar- que la vida castrense era peor que  madrastra y Conservatorio juntos, de manera que se las arregló para coger una pulmonía que lo sacara del ejército.

Licenciado por enfermedad, regresa a París, al domicilio paterno. Corre el 1887 y el 18 de noviembre comienza su diario, donde declara que en la casa familiar se siente "como un hipocondriaco en un congreso de medicina". Las relaciones con su madrastra seguían mal, pero estallaron cuando ésta le descubre en conversación "íntima" con la criada.

El padre -y marido-, en pro de la paz familiar, ayuda económicamente a Erik a instalarse en  su primer domicilio independiente (calle Condorcet, 50), que le dura un par de años, en despojo creciente, pues acabado el dinero, se ve obligado a malvender muebles y enseres, hasta quedarse solo con el catre y una mesita. Pero no deja de escribir y componer.

De todas formas, quería mudarse, quería "zambullir cuerpo y alma en pleno país de la bohemia" y lo consigue el 13 de junio de 1890, trasladándose a lo más alto de la colina de Montmartre (calle Cortot, 6), allí donde "la vista alcanza hasta la frontera belga" y se siente "muy por encima de sus acreedores". Y donde descubrió el amor, el único amor que se le conoce.

Rue Cortot, 6. En la cima de Montmartre.

Pero mantenerse en esas alturas resulta incompatible con sus bajos ingresos. En mayo de 1891 escribe "no pudiendo mantener el ritmo infernal de mi alquiler, he conseguido que el propietario me alquile el cuarto del bajo, a pie de calle. Y, puesto que todo es proporcional, pago dos veces menos por un espacio dos veces más pequeño. Tan pequeño que "armario" resulta más apropiado que "cuarto". Esta es la habitación que se hará famosa, aquella donde se ubicó el Museo Satie de París, declarado el museo más pequeño del mundo. En este cuchitril cabe un camastro con un "cofre todo uso" (armario, mesa y lo que se tercie) a los pies. La puerta se abre lo justo para que un cuerpo delgado como el de Satie pueda deslizarse dentro. Una voluminosa tubería de desagüe cruza la pared -la "boa"- la llama Erik sin perder el humor, toque exótico, criatura salvaje que deglute, eructa, regurgita las aguas que le llegan de los pisos superiores.

En semejante cubículo aguanta ¡ocho años!, desde 1891 hasta 1898. Y no sólo le sirve para dormir: escribe, compone, dibuja, come si puede. Hasta que un personaje singular, Bibí la Purée, le habla de una vivienda barata y más amplia, bien entendido que cuando digo "vivienda" (chambre) me refiero a lo que hoy llamaríamos "estudio", con la desventaja de que los "estudios" de entonces carecían de agua y luz eléctrica.

Bibí la Purée


Pero vuelvo a Bibí la Purée. Antiguo actor, antiguo estudiante de Derecho convertido en mendigo, vagabundo, "clochard", palabra de difícil traslación al español. Frecuentaba Montmartre, Pigalle y el Barrio Latino; limpiabotas, vendedor de periódicos y de tarjetas postales; modelo de pintores, rey y mascota de los bohemios, devoto de Verlaine hasta el punto de presentarse como su secretario y amante; ladrón ocasional, en especial de paraguas: adoraba los paraguas y los coleccionaba. Al pobre se lo llevó la tuberculosis pocos años después. Pues bien, este personaje fue quien cedió a Satie su apartamento en Arcueil-Cachan (suburbio a unos diez km del centro de París): un largo pasillo que desembocaba en una habitación de unos quince metros cuadrados, un palacio en comparación al cuchitril que ocupaba en Montmartre.

Allí, en Arcueil, en la calle Cauchy 22 (hoy 34), en la llamada "Casa de las Cuatro Chimeneas", vivió Satie veintiocho años, de 1898 a 1925. Sin agua ni luz eléctrica, ni sanitario. Supongo que existiría un retrete en el rellano de la escalera, como el que retrata Roland Topor en "El quimérico inquilino" o los que alcancé a ver en las casas de vecindad de Lavapiés, en Madrid, en los primeros setenta.
Casa de las Cuatro Chimeneas, en Arcueil. Fotografía
de Robert Doisneau.


Disponemos de gran cantidad de información sobre la vida de Satie en Arcueil: militancia socialista y comunista, trabajo con comunidades de vecinos, con los niños y en actividades culturales... 
Quedan testimonios de la miseria descubierta por los amigos que entraron en su casa tras su muerte, pero hay detalles que solo puedo deducir. Por ejemplo, juraría que Satie se instaló en el estudio de Bibi sin depuración de cachivaches ni limpieza previa, que heredó basura y trastos y, en consecuencia, me pregunto si los famosos paraguas de Satie no serían los que robó y coleccionó Bibí la Purée... ¡Mira que si así fuera!


¡Tanto hablar de los paraguas de Satie y lo mismo los "heredó" y los sacaba a pasear para deshacerse poco a poco de ellos! 




Libro con semblanza, poemas, compendio de obras, más dos CDs.
Editorial Allanamiento de Mirada.
                            
                             

viernes, 30 de noviembre de 2018

Los paraguas de Satie. (I) Caligrama

Pues sí, vuelvo a Erik Satie, el músico, por motivos muy concretos: los dos trabajos que realicé en su momento, en paralelo a la semblanza biográfica que escribí para el libro La caja de música de Erik Satie (ed. Allanamiento de Mirada). Me parecen sugestivos y provechosos y, por motivos diversos, solo puedo mostrarlos en este blog.

Caligrama completo

El primer trabajo consiste en un caligrama o poema-dibujo crecido junto a una forma y unos colores, de difícil publicación, puesto que requiere un tamaño A4, para permitir su lectura. Yo aquí lo reproduzco en conjunto, para que se aprecie el aspecto plástico, y en detalle, para que resulte legible, y, por si acaso no bastara, ofrezco el texto aparte, a pesar de la incompatibilidad existente entre la sucesión lineal, obligatoria, de los versos y la curvatura libre, sin orden de lectura predeterminado, de las frases cobijadas en el dibujo. Una auténtica herejía ésta de desarrollar un caligrama para conferirle sensatez, pero allá voy.


Detalle del sombrero y la cabeza de pulpo, es decir, estrofas 1 y 2

El poema, desarrollado en versos horizontales, se formaliza así: la primera estrofa en el sombrero; la segunda, en la cabeza del pulpo; la tercera y la cuarta en las ondas que sugieren agua y viento; la quinta, en esos pequeños postes de cabeza curva que se suceden en paralelo. Y la sexta ni siquiera forma estrofa, puesto que representa la caída de gotas y notas a lo largo del paraguas. En fin, sin más líos, podemos leerla como sigue:

Hay gente en los caminos,
tontos en las cumbres,
engolados, satisfechos, convencidos
de que para ellos se fraguó el oro.

En altamar
Erik 
es el pez volador.

Mide las gotas
en un bosque recién llovido,
observa su equilibrio obstinado
en el ápice de las hojas,
antes de ceder al vértigo
y caer,
resbalar, navegar
y llegar al puerto indebido.

La repetición como forma de creación.
849 olas crearán el mar.

Repetir trajes
sombreros
paraguas.

Troncos
                            Hasta formar
Sombras
                                                un bosque
Raíces
                                                                donde perderse
Bóvedas

Notas...
          Gotas...
Notas...
         Gotas...



Tercera, cuarta y quinta estrofas: ondas de ola y viento, pivotes paralelos



Me despido hasta la próxima, donde mostraré mi segundo trabajo que recoge mis averiguaciones sobre las diversas viviendas por las que pasó Satie.


Una noticia acaba de llegarme, la reseña que de La caja de música de Erik Satie aparece en el más reciente número, el 247, de la prestigiosa revista "Melómano". En la próxima entrada, adjunto el enlace.






Sexta: Las gotas y notas rebosan y resbalan



lunes, 12 de noviembre de 2018

Contra la guerra


Me interesa la fotografía antigua, cómo no, y en concreto la que nos muestra la España del siglo XX, lo que permanece, lo que se fue para siempre, incluso lo que nunca existió, porque ocurre que el fotógrafo retrata realidades al tiempo que ilusión, ficciones y fingimientos.

Tuve la gran suerte de asistir y ver detenidamente la exposición que la Comunidad de Madrid dedicó a Santos Yubero, en el 2010, y poder comprar, además, el catálogo, un libro maravilloso que a las imprescindibles fotografías añade la mejor síntesis de la historia de España en el siglo XX que puede encontrarse, escrita por Publio López Mondéjar en la "Introducción".

Ante nuestros ojos, en nuestras manos, desfila la vida española de 1925 a 1975, en todas sus facetas, las imaginables y las no imaginables, como guerra y posguerra. Y de esta posguerra me conmueve especialmente la fotografía que incluyo aquí y su pie de página:


























"Aurora Vega, madre del cabo de la División Azul, Nemesio García Vega, muerto en el frente ruso, con la Cruz de Hierro impuesta por las autoridades alemanas.
24 de marzo de 1942."

Porque esta madre impresiona y duele, porque se asomará a la novela que escribo, le dedico estas palabras:


"Vieja de años. Vieja de pena vieja.

Pañuelo a la cabeza, jersey espeso bajo un vestido sin forma ni color, gastadamente oscuro. Toquilla de lana, gesto de quien quiere agradecer y no puede. Un antiguo consuelo, la medalla de la Virgen del Carmen, ahora un redondel de oro al final de una cadena torcida.

¿Para qué quiere la Cruz de Hierro? ¿Qué va a hacer con ella? ¿Qué, sino arrojarla al fuego? Si tuviera fuego para poder calentarse.

Le ha dicho un oficial cargado de chapas "No llore, mujer, que su hijo fue un héroe" y otro "Señora, ¡cuántas madres quisieran!", pero ella, que se sabe ignorante y humilde, ajena a toda gloria, solo quiere abrazarlo, abrazar su cuerpo, besarlo aunque fuera frío y roto y muerto. Se fue un hijo, vuelve una cruz remota, de cuatro patas iguales y negras, con una esvástica clavada en el corazón.

Se agarra a un paquete de cartas mal envuelto en papel de periódico, cartas que no recibió a tiempo, que no puede, no sabe leer, que tal vez no se atreva nunca a pedir que le lean, mejor no oír las palabras del hijo cuando ya no hay hijo.

Llanto seco, llanto mudo, "Sonría, mujer, sonría, que le vamos a hacer una foto".

Gesto de quien quiere obedecer y no puede."


(Martín Santos Yubero (1903-1994) fue un reportero madrileño que registró la vida española en magníficas fotos, llamando principalmente la atención, en su obra, las correspondientes a la primera posguerra, "los años de penitencia").

jueves, 1 de noviembre de 2018

Mortalmente vivos



Tu nombre

Tú eres el corazón que late

en el lirio azul de mi ventana.

Pero también el lívido jazmín oculto

entre las pesadas hojas de mis libros.

Una dalia dormida,

una rosa quemada,

un clavel que, robado entre las tumbas,

se estremece en el cuenco de mis manos.


Me acerco a ti

esquivando incontables mármoles escritos,

queriendo ahondar en el misterio de tu nombre

ya por siempre subrayado por dos fechas.

Tu nombre amado,

tu nombre libre,

tu nombre vivo.


Y me repito,

clavándome las uñas en el alma,

que lo que fue, será,

que el milagro, una vez nacido,

ha de vivir para siempre.


Y regreso confusa al latido de los lirios luminosos

y al silencio de los jazmines escondidos.





Un poema que forma parte del libro que nació de la muerte de mi querido Arturo. Ha pasado el tiempo,voy comprendiendo la necesidad de la muerte, o aceptándola al menos.

Todos estamos mortalmente vivos.


(Mortalmente vivo, editorial Dauro, 2014).

jueves, 11 de octubre de 2018

Profesionales del espíritu

Ya se acercan las fechas de ánimas y difuntos y una vez más envidio a quienes creen en una vida más allá de la muerte; firmaría a ojos cerrados aunque no fuese cierto, qué más da, qué sabe nadie: si esa fe no me abriera las puertas de ultratumba, al menos me ayudaría a sobrellevar este "más acá", este ahora chiquito, esta desolación inacabable que deja la muerte de las personas amadas.

Una metamorfosis continua


Un paraíso sencillo
Qué alivio imaginar que mis padres viven, darles cariño aseando su tumba, llevándoles flores o rezando por ellos... En definitiva, sentir que aún podemos hacer algo por los muertos desde este lado.

O adoptar creencias menos tradicionales, pero no menos consoladoras: que existen multitud de dimensiones y ellos andan por alguna que nos resulta inaccesible, donde la distancia cobra un sentido que desconocemos. O la carámbola anímica máxima, la que más me cuesta aceptar: están junto a nosotros, nos acompañan como guías o protectores hasta acabar todos en la perfección de la unión con Dios. Si yo creyera algo así, todo cobraría sentido. Por la intensidad de mi deseo, por mi hambre infinita, a veces casi lo consigo... hasta que me topo con "profesionales del espíritu", generalmente sacerdotes en misa de difuntos o, más rara vez -como la última y reciente-con  un "médium sensitivo".

Yo, al fondo de la sala, en una especie de café cultural, una sala no excesivamente grande pero abarrotada de gente; para entendernos, de las mismas exactas dimensiones y disposición que "La Qarmita"; ante la ventana, es decir, justo en la otra punta, el "parapsico-director" y el médium, que me distingue entre la multitud: "Veo a una señora..." y me señala. Yo, a punto de dejarme llevar por la sugestión, casi llego a pensar "Mi aura reluce entre las gentes", pero mi sentido crítico me la juega y lo que pienso es "Claro, soy la más vieja, mucha más probabilidad de acertar. A quién, pasados los sesenta años, no se le ha muerto alguien o ha pasado alguna enfermedad" y apenas recopilo para mis adentros las ventajas que ofrezco como "adivinable", cuando ya lo tengo delante cogiéndome la mano. Y todavía, porque mi ansia de creer es mucha, me abstengo de juzgarlo y dejo que hable... Y no da una. Ni mi vida ha transcurrido en la cocina ni el espíritu femenino que ve a mi lado se parece a mi madre. No atina ni por casualidad. No menciona libros ni música ni fotografía. Da palos de ciego con respecto a la muerte de alguien, pero como callo, no encuentra pistas. No solo no adivina, es que ni siquiera intuye. Me propongo hablar con él al final; el "espectáculo" sigue; los asistentes parecen convencidos y cuando acaba me voy, porque en realidad no tenemos nada que hablar.

¡Con lo que a mí me gustaría creer!


viernes, 21 de septiembre de 2018

Criaturita

En mi reciente viaje a Marruecos he conocido al escorpión dorado, habitante del Sáhara y otros desiertos de menor renombre, como el líbico, eritreo, palestino, israelí, etc., que él no sabe de fronteras. O las desdeña.

El campamento de jaimas en que pasé la noche y encontré a la criaturita

"Escorpión dorado" suena bien, pero más cierto es que se mimetiza a la perfección con su entorno: si la arena blanquea, él palidece; donde broten matojos azafranados, sus patas y pinzas ese matiz tomarán. El mío, huésped -como yo- en un campamento de jaimas turísticas, presentaba un adecuado aspecto bicolor, gris y tostado, acorde con la plataforma de cemento donde se alzaban las cabañas de material plástico, a unos quince centímetros de altura sobre la arena.

Otra zona del Erg Chebbi, en el Sáhara
Desde siempre me han interesado los escorpiones; de algún modo, su vida, su comportamiento, sus formas, me llaman la atención; incluso escribi un cuento en el que ocupan sexo y mente y donde los humanos actúan como entes míticos cargados de un veneno aun más temible. Como muestra de la atracción que suscitan en mí, valga esta frase tomada de "Danza de escorpiones" (Nocturnos, ed. Nazarí):

No precisan beber, por eso aman los desiertos. Saben en qué lugar duermen los volcanes y los buscan, para danzar, para aparearse sobre la tierra negra sembrada de granates. Les acucia el deseo, les duele el sexo. Y en la fresca boca de una mina abandonada se dejarán llevar por una lenta danza de dominio, de amor y de odio; una danza que ambos bailarán con los aguijones erguidos, amenazantes".
Quizás escribí sobre ellos porque había visto unos cuantos, en pedregales, casas deshabitadas, calderas volcánicas... Pero siempre se mostraron tímidos, huidizos, a la defensiva o en rápida retirada, a diferencia del Leiurus quinquestriatus que me persiguió con saña. Es su nombre oficial y en verdad que cinco estrías le marcan el abdomen, pues si bien no me dio tiempo a contarlas, sí pude percibirlas mientras corría. Había llovido casi toda la noche, aunque cueste creerlo... Mejor reinicio:
"En aquel rincón del Sáhara marroquí llovió casi toda la noche, mi incredulidad no detuvo el intenso chaparrón. También sopló el viento; la larga alfombra roja que conducía a mi jaima se descolocó y enrolló por obra de los elementos desatados; un escorpión "cincoestrías" perdido se refugió en el rulo alfombrero; amaneció, me levanté, salí descalza (¡es tan gustoso caminar a pie desnudo por la arena!), desayuné, regresé y, ya a punto de entrar en la tienda, se me ocurrió desenroscar la alfombra... ¡Nunca lo hubiera hecho! El Leiurus de cinco estrías no huyó, no se escondió, para no pisarlo salté por encima de él y corrí, pero él, aguijón erguido, salió corriendo hacia mis pies, ¡hacia mis pies! Me perseguía. Uno tras otro corrimos en apretado círculo, puesto que el espacio de antetienda sobreelevada no mediría más de medio metro cuadrado (50cm2) de superficie, tres, cuatro vueltas, hasta que decidí saltar a la arena... Decisión providencial, pues el asesino cambió de dirección para esconderse en las oscuridades de un farol de hierro. Al fin, salvada".

Más tarde, en el hotel-ryad, después de dar gracias a Dios y a todos los djinns del desierto, miré la Wikipedia para informarme sobre la furiosa criatura; así me enteré de su nombre y de algo más, algo que puede cambiar el sentido de la historia: los ojos les valen para situarse en el tiempo, por la luz de la luna, del sol, saben del momento, pero para cazar y defenderse se valen de un órgano que capta las vibraciones de las presas y de posibles depredadores. Sin duda mis pisadas producían vibraciones, corríamos en un corto círculo, luego... ¿quién perseguía a quién? ¿Puedo jurar en conciencia que él me perseguía? ¿Acaso no pudo pensar la criaturita que yo era la perseguidora? ¿En un círculo vicioso quién va delante y quién va detrás? En cualquier caso, me alegro profundamente de no habernos alcanzado.

Ese tacto suave de la arena en los crepúsculos

Dado que hubiera sido del todo inoportuno tomarle una foto, como comprenderéis a poco que racapacitéis en ello, queridos amigos, aquí os he incluido una de Internet y un adecuado enlace: https://es.wikipedia.org/wiki/Leiurus_quinquestriatus

El mío mostraba un tono más arenoso, no tan amarillo





lunes, 3 de septiembre de 2018

Los otros pobladores

Estoy cansada, preparando un viaje, ultimando escritos, organizando fotografías... De manera que acudo a un tema visual que ya tengo trabajado, el de "los otros pobladores"; me refiero principalmente a esas presencias habituales en cualquier núcleo urbano, en carreteras, transportes, y abrumadoras en las ciudades, pero estimulantes, quizá demasiado estimulantes. 

Granada

Madrid

Me llaman la atención: carteles, estatuas, fotografías publicitarias, dibujos... En su aspecto interviene de modo decisivo el azar, la mano humana, los meteoros cambiantes. Me gusta ver cómo se enturbia un cartel. O se desgarra. Cómo palidece la pantalla o el escaparate, la rapidez con que se sustituye la publicidad o la permanencia pesada de la piedra que se moja, se ilumina, se oscurece.

Granada
Granada


Madrid
Granada


















Nueva York

Madrid

En lo más sencillo, incluso en lo más pobre, acampa la belleza; en lo más solemne, la burla. Paseo, miro, fotografío y elaboro esas fotografías a mi aire, como mas me divierte. Y os muestro unas cuantas, por si también os divirtieran a vosotros.

Granada

 
Londres













miércoles, 22 de agosto de 2018

Poemas inevitables


No dedico a la poesía todo el tiempo que quisiera, la leo a ratos, la escribo cuando no puedo evitarlo; es decir, escribo algo que quiere ser poesía y, para que lo sea, corrijo, doy vueltas a palabras y versos y los dejo dormir un tiempo como tierra en barbecho antes de examinarlos de nuevo. No aplico más método que el análisis minucioso, el oído musical y... la más feroz autocrítica. Sin embargo, ninguno de estos factores garantiza que lo escrito alcance el reino de la poesía, bien entendido que no venero tal arte por encima de otros, ni me derrito ante  sus reyes ni reinas ni por contacto de su sangriazul aristocracia. Claro que... en la República Platón no los va a dejar entrar y empiezo a comprenderlo: no hay engreimiento más insoportable que el de los y las poetas que, verdaderos o falsos, dignos o zangolotinos, procesionan entre cánticos, con sus musas y musos subidos a la chepa, mientras les soplan al oído sublimes composiciones. Preciso me es reconocer -y no me duele- que no todos gastan las mismas intocables alas de seda, que incluso los hay sencillos y amables, que a menudo no son ellos sino los aduladores -lectores o no- quienes resultan estomagantes, en concreto y muy especialmente, los políticos. No existe alcalde -ni gobernador, presidente, director, concejal, etc- que no aclame la virtud liberadora de la poesía y la santidad, apenas laica, de los poetas.



Yo, por mi parte, no considero que un cuento, una pintura, una novela, una fotografía, un ensayo valgan menos que un poema; el punto decisivo en cualquier obra de arte es que esté bien hecha, y así llegamos al quid: ¿qué es lo bien hecho?, ¿qué es bueno?, ¿cómo distinguirlo? No hay reglas ni leyes que lo dictaminen -ni falta que hacen- pero mantengo la necesidad de conocer, leer, contemplar. Y para los autores, además, trabajo y autoexigencia, no aceptar sin más la bondad de nuestras "creaciones".

En fin, bueno o no, pero sí trabajado y digno, os ofrezco uno de esos poemas que no puedo evitar escribir:

La iglesia abandonada

Tensos nervios sobrevuelan las naves,
escalofrío de gajos hendidos
estremece la desgarrada cúpula:
por ahí justamente,
por esa grieta, huyó Aquél que Era.

Carcoma recome los graves sitiales
del coro dormido,
ahíto hasta el alma de Historia Sagrada.

Está vivo el silencio.
Se adivinan bostezos velados
del órgano añejo,
aburrido de esperar en vano
a un tal Maese Pérez
que vivió en Sevilla.
Ese ruido: espectros nostálgicos
persiguen su infancia de risa y blondas
jugando en la cripta.

Tocan las campanas a su capricho,
sin mano ni cuerda
se arrebatan en tañido vivo,
tontilocas repican puro vuelo.

Pero yo ni las oigo,
entregada al mimo enamorado
de un altar vacío.


sábado, 11 de agosto de 2018

Cenotafios de Bada Bagh

Falsas tumbas, pequeñas, cubiertas de cúpulas bellísimas, no muy altas, no mucho más que un hombre; de arenisca rosa y jaspe dorado, sobre un promontorio, dominando el lago... Pero el dolor no se iba, el dolor estaba allí, bajo todas las piedras preciosas ocultas a la mirada.


Cenotafios de Bada Bagh, próximos a la ciudad de Jaisalmer, en India


El penitente errante, el asceta sin nombre, el sadhu, lavaba su ropa, acuclillado en los ghats, a la manera en que allí lo hace todo el mundo: golpeando las prendas con una pala ancha de madera liviana. Y cada golpe sonaba como un aplauso, un aplauso distendido, lento, solemne.
En India los llaman chhatris. Estos de Jaisalmer datan del siglo XVIII

Sabía que alrededor de cada tumba simbólica, de cada cenotafio y su recuerdo de muerte, se extendía un círculo mágico, que las cúpulas no solo protegen de las arrebatadas lluvias monzónicas y del sol pegajoso: a modo de sombrillas ceremoniales cada una se aísla en un ambiente de arrullo, en su propio éxtasis místico, en su vacío.



El "Gran jardín" lo llaman, el "Gran jardín" sobre el lago; sin embargo, yo solo veía flores de piedra y no más colores que los que cuelgan de balaustradas de mármol en cascadas de ropas teñidas, estampadas, dibujadas con trazos de nube y barro, de sol y rubíes. Si aquello era el jardín, yo era el pájaro, aquella avutarda posada sobre la clave exterior del arco, revoloteando por encima de las falsas tumbas, hermosas y doradas.

Otro mundo, otro tiempo


Un sadhu lavando, una mujer tomando fotografías: al menos dos mundos. Nada quedaba al azar en esa mañana monzónica, todo parecía perfectamente diseñado, todo en armonía obediente a la Ley del Dharma; incluso aquel vestido que pareció hundirse o la carpa hambrienta que del agua saltó a las escalinatas, sorprendiéndome de veras, pues sin palabras había pensado, o creído, que del mismo modo que no había muertos bajo aquellas tumbas, no habría peces bajo aquellas aguas.


Todo el presente desaparece, la electricidad se vuelve leyenda y el maquinismo, magia. No hay dudas, nunca podrá haberlas, se pasa de un monzón lluvioso y salvaje a un cielo plomizo y ardiente, que presagia llamas más que rayos.


El sadhu continúa lavando su ropa, con parsimonia, sin ninguna prisa; aunque tan solo le quedara un día de vida, y él lo supiera, lo aprovecharía lavando, para morir limpio y sin miedo.





(Tal vez elabore un libro con  impresiones de viaje).                             

                          

sábado, 28 de julio de 2018

Historia de la Luna (Dos cráteres con nombre)

Tiene historia la Luna, no solo la suya propia sino la de tantos seres que la han mirado y sentido a lo largo de miles y millones de años, tanta como fotografías se le toman hoy día (¿hoy noche?), como científicos la acechan y medios pregonan su orto y ocaso, su plenitud o flaqueza, y sus eclipses, de sangre, de fuego o de ceniza. Suele ocurrir que nos fijamos en ella únicamente cuando es noticia; ya no es el astro protector, al tiempo que misterioso, del que dependemos para recorrer la noche, aunque basta hallarse en un campo lejano a la iluminación artificial para concederle toda su importancia.O pasear con su sola luz a la orilla del mar, si acaso quedara algún mar de costas no urbanizadas.

La noche del 27 me perdí el eclipse, pero gané "El ladrón de Bagdad", que viajó en el tiempo, desde 1924, para satisfacción de los reunidos en los jardines del Palacio de los Córdova.

Diosa y personaje, protectora o malvada, la voy encontrando en la literatura de todos los tiempos y voy guardando memoria de las obras en que aparece, como un personaje siempre llamativo pero variable, gracioso o imponente, mágico o cotidiano. Por ejemplo, este fragmento del Ícaromenipo (Luciano de Samósata, siglo II d.C.) donde sus quejas nos hacen sonreír:
Estoy ya cansada de oír continuos y tremendos disparates de labios de los filósofos, que no tienen otra cosa que hacer que entremeterse en mis asuntos, discutiendo quién soy, qué tamaño tengo y por qué causa me torno semicircular o de cuarto creciente. Unos dicen que estoy habitada, otros que pendo sobre el mar como un espejo (...) Últimamente aseguran incluso que mi luz es robada e ilegítima, ya que viene de ahí arriba, del Sol. Y gravemente enfadada concluye con un ultimátum:
No puedo permanecer en mi lugar a menos que Zeus aniquile a los filósofos naturales, amordace a los dialécticos, derribe el Pórtico, queme la Academia y ponga término a las charlas de los peripatéticos; de ese modo podré vivir en paz y dejar de ser medida a diario por ellos.
Pero se ve que, a pesar de su fama de hechicera impía, es una buenaza, pues en su sitio ha permanecido. Escribió este Luciano en griego, aunque vivió en pleno Imperio romano, y fue muy amigo de la Luna, a la que otorga un papel importante en otras de sus obras, en especial en su Historia verdadera, novela de ciencia-ficción que cuenta cómo, impulsado por una enorme tromba de agua, arribó a nuestro satélite en barco y los maravillosos habitantes que allí conoció. Quizá por esta proeza, uno de los cráteres lunares lleva su nombre, el cráter Luciano.

Selenitas de los de antes

Luna se quejó a Zeus, pero le valió de poco: nunca dejó de ser medida, estudiada, analizada y hasta pisoteada. "No puede ser" decía mi bisabuela cuando se enteró de la llegada del hombre al satélite; estábamos a solas y me dispuse a rebatir su incredulidad, suponiendo que, como tantos otros, pensaba que el alunizaje había sido una farsa, un engaño mundial, postura muy comprensible en ella, dado que ya había cumplido noventa y cuatro años. Tendría yo entonces catorce o quince y vivía inmersa en el ensueño astrofísico, la fe en el progreso y coloridas fantasías galácticas, así que me propuse sacarla de su desconocimiento acerca de las técnicas y adelantos científicos:

-No puede ser-repetía.

-Que sí, mamá Ángela, que los cohetes tienen unos motores muy potentes, de combustible atómico, y alcanzan una enorme velocidad y pueden cruzar el espacio.

-Será así, pero no me creo que hayan pisado la Luna.

-Se ha visto en televisión.

-¿Qué se ha visto?

-Todo, la llegada del cohete, el astronauta que sale, que pisa el suelo...

-¿Cómo es posible? ¡Cómo es posible! ¿Tú lo has visto?

-Sí, todo el mundo lo vio, muchísima gente.

-¿Y la pisó? ¿Cómo puede nadie atreverse? ¿Es que no la respetan?

Ahí comencé a comprender: ella no dudaba de la capacidad científica de la nave espacial, lo que le extrañaba es que hubiera gente capaz de tal afrenta:

-¡Pisar la Luna! Tan blanca que era, tan pura... ¡Cómo se ha atrevido nadie!

La imborrable afrenta


De este modo, con su ternura de pétalo fresco a los noventa y cuatro años, mi bisabuela pasó a formar parte de la historia de la Luna. Y desde aquí, yo, que soy tan dueña del astro blanco como cualquiera, le dedico un cráter de la cara oculta: el cráter de Ángela Clemente.