miércoles, 23 de agosto de 2017

El trabajo de Cronos.


Creo en el Tiempo, aunque no podamos verlo sino indirectamente, a través de sus efectos. No sólo aniquila, también crea; de su seno nace la vida todos los días.

A estas alturas de cosmos, Cronos debería sufrir un devastador empacho de hijos, si no ocurriera que sus hijos se devoran entre sí. 

Amarga es la erosión de los siglos, de los años, los minutos; sabio, contemplar las piedras, aún bellas en su deterioro; disfrutar incluso de las ruinas, que avivan la imaginación.

Porque nunca imagino tan intensamente como ante una ciudad abandonada, tal vez milenaria. Caminar entre lo que fue, imaginar el trasiego de las mañanas, los gritos de los vendedores... Para, de pronto, pensar que no, que en aquella ciudad los vendedores no gritaban, que exponían sus mercancías mirando al suelo y en silencio porque temían despertar al dios recién llegado, a ese que trajeron los invasores, caprichoso y vengativo 
(recordemos que el dios de los vencedores siempre es caprichoso y vengativo, no como el nuestro).


Recorrer Dougha, la antigua Tugga norteafricana y romana, en una mañana medio lluviosa, tratando de adivinar el rostro de Masinissa, poniéndole enormes ojos pintados de kohl, iguales a los de los ídolos menudos que servían de protección a todo ciudadano que se preciase. Suponer, por necesidad de consuelo, que esos amuletos eran eficaces, que evitaban a su portador ser asesinado por cualquier imbécil que se considerase superior al resto de los mortales, porque el Tiempo siempre ha conocido imbéciles así, de todo pelaje, que no saben actuar con la sensatez mínima, la básica, el principio y precepto fundamental: si no puedes devolver la vida, no la quites.


Dejar que los niños jueguen y crezcan, que se conviertan en adolescentes normalmente latosos, que las edades sigan su proceso hasta la deseable vejez, por indeseable que nos parezca. O morir joven, morir en el intento de vivir, si es preciso, pero en el propio intento, no en el ajeno.

No hacerle el trabajo a Cronos, que se tome la molestia de empacharse él solo.




miércoles, 9 de agosto de 2017

Eyeseverywhere. Colectivo Fotográfico.

EYESEVERYWHERE//OJOSPORTODOSLADOS



Se trata de un proyecto fotográfico colectivo iniciado y promovido por Elizabeth Ross, mujer, mejicana, artista y animadora-incitadora cultural, en el que participamos mujeres de todas partes del mundo. O casi, porque además de vivir en diferentes países (Hawai, España, Macedonia, Chequia, etc.), nos movemos, de manera que enviamos imágenes de numerosos lugares.
Pero, ¡cuidado!, no hablo de postales ni vistas más o menos ilustrativas. Nos marcamos un tema cada mes y enviamos una fotografía a la semana.
Alguien se preguntará ¿por qué solo mujeres? Pues... seguramente Elizabeth podría esgrimir una docena de razones, dada su mayor militancia en la lucha a favor de las mujeres; razones, digo, no tópicos. A mí me parece que tenemos necesidad de reservarnos un espacio propio, como la famosa "habitación propia" de Woolf; nos llevamos bien y disfrutamos de nuestra colaboración. No necesito mayores motivos.


Por supuesto, también colaboro con colectivos y grupos mixtos, sin ningún problema.

El tema de junio fue "Puentes" y éste, uno de los que envié. Se trata de una foto tomada hace unos años, pero que siento actual por diversos recuerdos que se me despiertan este verano.

El puente, obra de ingeniería y símbolo de unión entre mundos diferentes. Siempre siento vértigo al cruzar uno, aunque se tienda sobre una acequia, aunque no se levante sobre barrancos graves, como éste del término de Lanjarón que permitía el paso de Granada a la costa.






Me impresiona: el viento  corre por el cañón de la rambla y alguna espada se esconde entre las piedras.