Granada es una bellísima ciudad y no falta por dónde pasear y, si quiero variar, tanto me valen Armilla como Tokio, tan lejanas y tan diferentes, ¡lo malo es que ya no puedo ni acercarme a Armilla! Vale, pues me quedo en el Zaidín, lleno de vida y con su propio atractivo; la belleza se encuentra en todas partes, pero dónde va a parar, "viste" más decir "he estado en Japón": lo remoto deslumbra a propios y extraños y aunque no sea necesariamente mejor, lo que sí es seguro es que resulta más caro y epatante.
Después de moverme un poco por el mundo -y en la silla, porque acaba de producirse otro terremoto- he comprobado lo obvio: no es posible que lo veamos todo. Ni falta que hace, lo importante es disfrutar todo lo que veamos. Viajar para disfrutar, aprender, sentir, contrastar. Y lo que vaya surgiendo. Ir sin prisa. Si no tenemos tiempo para recorrer un país, pues nos dedicamos a una ciudad o una comarca, y si los días no dan para tanto, a un pueblo, una plaza, una fuente.
Cuando viajo, me gusta detenerme de vez en cuando a contemplar, escuchar, sentir el aire y los olores. Ya no pretendo ser una viajera, me basta ser una turista bien educada, que trastorna lo menos posible y se lleva de la visita no solo fotografías, sino impresiones y recuerdos; y además toma cariño a gentes y lugares.
Desde hace unos cuantos años, acostumbro a grabar sonidos, no vídeos, solo las voces o el ruido de un tren o los susurros nocturnos: resultan misteriosos, así, aislados de su ambiente, ausente la imagen de quien o qué los produce. Y me pregunto por qué no se me ocurrió antes y por qué no es una práctica general. Me encantaría escuchar la voz de mi madre, o de los sobrinos cuando eran niños, o el jaleo de un patio de vecinos. No grabo conversaciones, sino ruido ambiente; a veces sobresale una voz por encima de las otras, pero no existe ninguna violación de intimidad.
Siento ansia de viajar; planeo nuevos trayectos, mientras compruebo que el Zaidín cambia cada día, a consecuencia de la lluvia, las nubes, las estaciones del año, los confinamientos. Lo que se destruye y lo que se construye. Las pintadas, tapias, carteles...
Los recuerdos no impiden el aprendizaje continuo.