Aunque ando promocionando mi nuevo libro, Cuentos
desobedientes (ed. Entorno Gráfico),
dedico esta entrada a Ejemplares vivos a la luz de la luna,
novela singular que publiqué en el 2021, si bien, no la di a conocer hasta el
2022. La considero peculiar, sugerente y rica en observaciones. El espejo, el
doble, la identidad, la sombra, el mal, la difícil verdad… La libertad, los
recuerdos, el cine. De todo esto trata, encarnado en personajes que indagan en
lo visible y en lo invisible.
Me resulta triste la manera en que se suceden los libros, no uno
tras otro, sino uno sobre otro, como estratos, de manera que parece que cada
libro oculta al anterior; por eso, aunque sea brevemente, quiero recordar estos
Ejemplares
vivos a la luz de la luna compartiendo algunos párrafos del capítulo I, llamado EL EFECTO MARCELINO:
p.
14 “Le temo, le tengo odio. Siempre –‘siempre’
debería ser palabra prohibida a los humanos, demasiado grande para nuestra
pequeñez, pero ‘siempre’ ha sido unos de mis vicios de pensamiento─ he
mantenido difíciles relaciones con el espejo. Malas. O muy malas. Diría que me
mira con enojo. Aunque, no… De pequeña me divertía mirarme, igual que cualquier
animalillo joven, supongo que al principio no me reconocía e intentaba jugar
con esa otra niña de cristal, como un gatito con otro, aunque ese otro sea un
extraño doble, frío e idéntico, y se nos vuelva inquietante y nos roce un soplo
de desazón porque nuestro aliento se transforma en vaho y la otra allí dentro
no tiene aire y nos provoca un indefinible ahogo en el alma.
¿De
verdad fui aquella niña? ¿Existió alguna vez? ¿Qué queda de ella? Mi recuerdo,
alguna luz en la sonrisa, la misma timidez. Y la hija perenne, la tozuda que se
negó a ser madre.
Quedan
también el juego de los reflejos y la pasión por los escondrijos que me llevan
a creer en lo imposible. Queda la misma tonta, guarecida bajo un nombre
ficticio, y unos cuantos jirones de pasado a los que doy el nombre de
biografía, enganchados en arbustos genealógicos y espinas de familia; rasgos
tejidos en agujas varias, las del reloj, las de tricotar, las que cosen el alma
a los talones; perdón, no el alma, la sombra: se me cruzó Hitchcock con Peter
Pan y su sombra mal pegada.”.
(…)
p. 17 “Sabiduría… Qué más quisiera, los años me han traído conocimientos,
experiencias, sucesos insólitos, algo que fue amor, amistades y odios. He
asistido, captado y tomado nota de prodigios que casi nadie llega a presenciar;
sé de espectros, apariciones, psicofonías; en cambio, me falta algo tan simple
como la sensatez necesaria para aceptarme, para aceptar mi cuerpo, cosa que
personas menos inteligentes y más feas consiguen, no hay más que observar por
la calle: auténticos adefesios pasean su palmito con luz y garbo. Y hacen bien,
se aman, se quieren como son, mientras yo aquí sigo, manteniendo una lucha
perenne conmigo misma.”.
“Estoy
tan cansada… Vislumbro el otro lado. Cuanto más conozco, menos comprendo. A
veces envidio a los ‘psíquicos’, o como prefieran llamarse: videntes,
sensitivos, paragnostas… Me quedo con ‘sensitivos’, total, tanto nombre para
algo que en definitiva no entendemos: poseen la capacidad de ver lo invisible,
de percibir lo extrasensorial, de cruzar la frontera de la realidad común.
Claro, como en todo, cuanto menos sabemos, más palabras gastamos.”.
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Las fotografías, elegidas por su poder de evocación.