sábado, 28 de julio de 2018

Historia de la Luna (Dos cráteres con nombre)

Tiene historia la Luna, no solo la suya propia sino la de tantos seres que la han mirado y sentido a lo largo de miles y millones de años, tanta como fotografías se le toman hoy día (¿hoy noche?), como científicos la acechan y medios pregonan su orto y ocaso, su plenitud o flaqueza, y sus eclipses, de sangre, de fuego o de ceniza. Suele ocurrir que nos fijamos en ella únicamente cuando es noticia; ya no es el astro protector, al tiempo que misterioso, del que dependemos para recorrer la noche, aunque basta hallarse en un campo lejano a la iluminación artificial para concederle toda su importancia.O pasear con su sola luz a la orilla del mar, si acaso quedara algún mar de costas no urbanizadas.

La noche del 27 me perdí el eclipse, pero gané "El ladrón de Bagdad", que viajó en el tiempo, desde 1924, para satisfacción de los reunidos en los jardines del Palacio de los Córdova.

Diosa y personaje, protectora o malvada, la voy encontrando en la literatura de todos los tiempos y voy guardando memoria de las obras en que aparece, como un personaje siempre llamativo pero variable, gracioso o imponente, mágico o cotidiano. Por ejemplo, este fragmento del Ícaromenipo (Luciano de Samósata, siglo II d.C.) donde sus quejas nos hacen sonreír:
Estoy ya cansada de oír continuos y tremendos disparates de labios de los filósofos, que no tienen otra cosa que hacer que entremeterse en mis asuntos, discutiendo quién soy, qué tamaño tengo y por qué causa me torno semicircular o de cuarto creciente. Unos dicen que estoy habitada, otros que pendo sobre el mar como un espejo (...) Últimamente aseguran incluso que mi luz es robada e ilegítima, ya que viene de ahí arriba, del Sol. Y gravemente enfadada concluye con un ultimátum:
No puedo permanecer en mi lugar a menos que Zeus aniquile a los filósofos naturales, amordace a los dialécticos, derribe el Pórtico, queme la Academia y ponga término a las charlas de los peripatéticos; de ese modo podré vivir en paz y dejar de ser medida a diario por ellos.
Pero se ve que, a pesar de su fama de hechicera impía, es una buenaza, pues en su sitio ha permanecido. Escribió este Luciano en griego, aunque vivió en pleno Imperio romano, y fue muy amigo de la Luna, a la que otorga un papel importante en otras de sus obras, en especial en su Historia verdadera, novela de ciencia-ficción que cuenta cómo, impulsado por una enorme tromba de agua, arribó a nuestro satélite en barco y los maravillosos habitantes que allí conoció. Quizá por esta proeza, uno de los cráteres lunares lleva su nombre, el cráter Luciano.

Selenitas de los de antes

Luna se quejó a Zeus, pero le valió de poco: nunca dejó de ser medida, estudiada, analizada y hasta pisoteada. "No puede ser" decía mi bisabuela cuando se enteró de la llegada del hombre al satélite; estábamos a solas y me dispuse a rebatir su incredulidad, suponiendo que, como tantos otros, pensaba que el alunizaje había sido una farsa, un engaño mundial, postura muy comprensible en ella, dado que ya había cumplido noventa y cuatro años. Tendría yo entonces catorce o quince y vivía inmersa en el ensueño astrofísico, la fe en el progreso y coloridas fantasías galácticas, así que me propuse sacarla de su desconocimiento acerca de las técnicas y adelantos científicos:

-No puede ser-repetía.

-Que sí, mamá Ángela, que los cohetes tienen unos motores muy potentes, de combustible atómico, y alcanzan una enorme velocidad y pueden cruzar el espacio.

-Será así, pero no me creo que hayan pisado la Luna.

-Se ha visto en televisión.

-¿Qué se ha visto?

-Todo, la llegada del cohete, el astronauta que sale, que pisa el suelo...

-¿Cómo es posible? ¡Cómo es posible! ¿Tú lo has visto?

-Sí, todo el mundo lo vio, muchísima gente.

-¿Y la pisó? ¿Cómo puede nadie atreverse? ¿Es que no la respetan?

Ahí comencé a comprender: ella no dudaba de la capacidad científica de la nave espacial, lo que le extrañaba es que hubiera gente capaz de tal afrenta:

-¡Pisar la Luna! Tan blanca que era, tan pura... ¡Cómo se ha atrevido nadie!

La imborrable afrenta


De este modo, con su ternura de pétalo fresco a los noventa y cuatro años, mi bisabuela pasó a formar parte de la historia de la Luna. Y desde aquí, yo, que soy tan dueña del astro blanco como cualquiera, le dedico un cráter de la cara oculta: el cráter de Ángela Clemente.


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