Pasear por las calles de Palermo supone interrogarse una y otra vez sobre las puertas, abiertas o cegadas, en muros antaño monumentales; saltar de uno a otro enigma inserto en costanillas y callejuelas; preguntarse quién se asoma a ese balcón sin cuerpo, ya mero voladizo; a quién pertenecieron muñecos y sillones y si alguna vez la seda lució brillante y sin arrugas.
No es que toda la ciudad se caiga de vieja, pero esa es la parte que más me atrae, con palacios olvidados, comercios que apenas lo son y mercados al aire libre de frutas y peces sorprendentemente frescos extendidos entre arcos que se desmoronan: sobrepasas un cúmulo de alcachofas moradas goteantes de rocío y entras en el atrio de una iglesia que algún día debió de ser grandiosa.
Exvotos de latón, eccehomos en urnas, maravillosas y omnipresentes decoraciones escultóricas de los hermanos Serpotta, que dominaron el secreto de la escenografía barroca en blanquísimo estuco. Y en las calles, patios y vicoli, altares modestos cuidados por... ¿Quién elabora, quién cuida esos altares mínimos cargados de fe? Docenas de incógnitas se suceden ante el forastero, ante mí, que paseo sorprendiéndome a cada paso, elevando a categoría de enigma aquello que desconozco, y desconozco tanto...
Quizás el más hondo enigma, el único tal vez, sea este: ¿Qué parte del paisaje urbano de Palermo se debe a la acción de la Mafia? Quedan a la vista huellas púnicas, griegas, romanas, normandas, bizantinas, árabes, españolas, novecentistas... Con todo su abundantísimo patrimonio artístico. Y el mar, el puerto, el monte Pellegrino, pero ¿cuánto de lo que vemos ha surgido de la Cosa Nostra? Sin duda se ha implicado en la construcción privada, en obras públicas, servicios de limpieza, en la muy rentable protección obligatoria. Más todo lo que no llego ni a imaginar.
Una guerra feroz asoló Sicilia en los años noventa, hiriendo especialmente a su capital. Pero ya pasó, no aparece en las noticias, no suena, no se ve... Aunque, ya se sabe: el mejor truco del diablo ha sido convencernos de que no existe.
El deterioro no resta nobleza y la belleza de la Fuente Pretoria, con sus numerosos habitantes de mármol, pide una visita. |
Clamar contra el Estado en Sicilia es apoyar a la Mafia, todo el poder que el Estado pierda lo detentará la Cosa Nostra. Y si alguien duda de sus nefastos efectos, que lea e investigue un poco. |
Ni la pobreza ni la ruina implican, en este altar, abandono; cualquier mañana aparecerán flores frescas. |
Genial, Josefina!
ResponderEliminarFantástico,lo explica de una forma que parece que yo también he estado alli
ResponderEliminarMuy bien contado Josefina y fotos buenísimas.
ResponderEliminarExtraordinario, amiga Josefina. Gracias
ResponderEliminarQué agradable! Gracias. Los altares en las calles, esa sensación de quién los cuidará, es la misma que yo sentí viendo esas capillitas budistas en algunos países orientales
ResponderEliminarQue son más bien pequeños altares
ResponderEliminarMe encanta Palermo, Josefina Y lo clavaste
ResponderEliminarContigo se viaja, se viaja de otra forma, de fuera a dentro, de dentro hacia afuera. Gracias, Josefina, gracias.
ResponderEliminarGracias, Josefina, me ha encantado tu entrada. Las preguntas que planteas se pueden aplicar a varias ciudades del mundo... Mucho que pensar. Tu mirada crítica es refrescante y necesaria.
ResponderEliminarBesitos, amiga
Fantástico relato Josefina, lo vas contando de tal forma que parece que estemos allí, con ese edificio atado para que no se caiga, imagino. Un placer leerte
ResponderEliminarMe alegro de que disfrutéis con mi trabajo, pero si queréis que yo sepa quiénes sois, añadid el nombre, por favor, que este engendro de Google es muy aficionado a considerar desconocido a todo el mundo. Gracias.
ResponderEliminarNo sé si podéis ver mi nombre en el comentario anterior, pero a mí me lo notifica como comentario de "Unknown", ¡el colmo!
ResponderEliminarPreciosas fotos, Josefina
ResponderEliminarQue buenos recuerdos, querida Josefina. Que sigas disfrutando y compartiendo . Victoriano
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