viernes, 24 de noviembre de 2017

Animales versus mascotas

          Que sí, que lo entiendo, que los animales son angelitos bajados del cielo, pero estoy hasta la coronilla de vídeos donde el gatito acaricia al ratón y el león pega lametones a un bebé mofletudo.

           De sobra sabemos que todos los mamíferos sentimos de modo muy semejante, que somos muy parecidos, pero aun así yo me guardaría mucho de juzgarlos en términos de ética humana. No se rigen -a Dios gracias- por nuestras leyes; en rigor, no son ni buenos ni malos, obedecen a su naturaleza, aunque ésta incluya la excepción y la transformación por aprendizaje o costumbre.


       Qué me vais a contar, si de niña lo que más me fascinaba del Paraíso era precisamente eso, la convivencia humano-animal: poder acariciar a un caballo salvaje sin que huyera, coger a un pajarillo entre las manos sin que el pánico le disparara el corazón. Que no me tuvieran miedo me ilusionaba más que no temerles. Pero el Paraíso quedó atrás. Pronto comprendí que, por su bien, ningún animal debe confiar en hombre, mujer, niña o niño, salvo los domésticos, que tampoco deberían fiarse, pero ya que lo hacen -y  viene de antiguo- merecen nuestro cuidado.

         Pero a los demás los quiero salvajes y libres; por amor, respeto su libertad y naturaleza diversa. Acepto los colmillos, nacidos para rasgar la carne de las presas. Y las garras y el espolón y la fiereza de salto y rugido tanto como la muela herbívora, la pezuña hendida o los ojos mansos de la corza. No amemos más al que más se aleja del comportamiento normal en su especie; sobre todo, concedámosles dignidad, no los degrademos tratándolos como a humanoides de cuatro patas, que el perro sea amigo y no hijo ni muñeco. 

             No queramos convertir a todo ser vivo en mascota. Porque, me pregunto -y es tan solo un ejemplo- ¿qué falta le hace a una iguana libre, que rapiña huevos de los nidos, caza bichos y se relame con las flores; que se aparea, corre y se reproduce, qué falta le hace -repito- que la atrapen, la saquen de su medio y la sometan a esclavitud y soledad? Aunque su dueño le dé pienso bendito, la lleve al veterinario cada dos meses y le enseñe a sentarse en el sofá y a abstenerse de devorar al canario, la prefiero libre, siguiendo la incorrección política de su naturaleza salvaje. 

               Menos lobos vegetarianos, por favor. Disneymonadas, las justas.



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