sábado, 6 de enero de 2018

¿Por qué la mirra?

             Lo que más me gustaba de los Reyes Magos: que traían lo que les pedía. Dentro de un orden,claro, siempre que no pidiera de más, aunque el criterio "de más" es asquerosamente clasista, lo que para unos es de más para otros es de menos. Por cierto, la palabra "clasista" ya no se usa, ¿ha caducado? ¿Caducaron las clases sociales y económicas? Que no, que no quiero, que éste sería un debate muy diferente, que lo que quiero es hablar de los Reyes.

               Lo segundo mejor, el rey negro; me encantaba el detalle de un rey negro, eran tan exóticos los negros en mi infancia... La tradición no sólo crea ritos y fiestas, también personajes, como estos tres magos generosos que se han ido perfilando a lo largo de los siglos. A Baltasar le ha proporcionado nombre y origen babilónico, piel oscura y el don de la mirra que... A ver, ¿quién no se ha preguntado "para qué la mirra"?, como decía un anuncio televisivo de años atrás. Oro como rey, vale. Incienso como dios, también. Mirra como hombre, ¿por qué? A mí, de niña, me contestaron "porque huele muy mal". Hale, ya estamos, ¿es que los humanos olemos mal o no tenemos derecho a los buenos aromas? No me convencieron. Sí es cierto que la mirra es de sabor amargo, muy amargo, y hay quien atribuye a esta cualidad su pertinencia como regalo, premonitorio de la amargura que Jesús habrá de sufrir en su Pasión. De esto me informaron en bachiller, tendría yo unos doce años, pero tampoco me convencieron. Porque francamente, resulta de pésimo gusto anunciarle a un recién nacido -y a sus padres, de paso- que ha de morir y de mala manera. Ni diplomacia ni elegancia ni piedad en esta explicación; ni de lejos creo capaz a Baltasar de semejante perversidad.
Uno de esos casos de mal gusto

       Un paso más. Hete aquí que unos cuantos años después llego por mí misma al conocimiento de que la mirra se utilizaba en los ritos funerarios y para embalsamar cadáveres; en consecuencia, significaría que Jesús Emmanuel en su calidad de hombre es mortal. Vale, tiene lógica; sin embargo, no acaba de satisfacerme. Sigo buscando, no tanto por mi Baltasar como por curiosidad desenfrenada que me incita a saber, averiguar, infiltrarme en fuentes y bibliotecas, de modo que desemboco en la historia de la Mirra mujer, un mito griego que, resumiendo, consiste en lo siguiente: Mirra era una joven desinteresada de hombres; se permitía rechazar a sus pretendientes y Afrodita, diosa extremadamente susceptible (como todos los dioses, por otra parte), se sintió ofendida y como castigo le hizo desear al único hombre al que no debía desear: su padre.

          Con premeditación y alevosía se le mete en la cama diez noches seguidas, hasta que su progenitor la descubre y la persigue con intención de matarla, pero ella consigue el último favor de ser convertida en un árbol, el de la mirra. Al cabo de diez meses lunares (auténtico plazo de una gestación humana) la corteza del árbol se abre, se raja, se resquebraja para dar a luz a Adonis, un dios que morirá en plena juventud, como Jesucristo. Un dios que representa además la suprema belleza y un erotismo extremado.
Mirra velada se dispone a seducir a su padre. Del terrible machismo de este mito ya hablaré en otra ocasión


              Ciertamente la mirra formaba parte importante en los casamientos, como inductora del placer erótico. También en la Biblia y otras fuentes semíticas, se relaciona este aroma supremo, el más preciado y caro, con la sensualidad de la carne.

             Y digo yo que, como hombre, deseo, sensualidad y erotismo afectaban a Jesús y quiero creer que el don de Baltasar hace referencia a las dos caras fundamentales de la vida: el amor y la muerte.
         
          Mirra, carísima esencia de misteriosas implicaciones. Ahora entiendo mejor a Antonio, el protagonista de mi relato "La tienda de Ultraterrenos de Misericordia Hernández" *, cuando en su lecho de muerte recuerda, desde la gran ciudad de Estados Unidos a la que emigró, las Navidades de su pueblo y su infancia:

           "Ay, qué hermosas las Navidades de entonces... Lo mejor, lo más exquisito, auténtica gloria divina, eran los 'Tropiezos de Baltasar' **, unos chocolates negros, redondos, con rellenos secretos que (...) por llevar hasta llevaban esencia de mirra, que debe ser cosa bien cara -durante unos instantes cierra los ojos y calla, en un silencio oscuro y anhelante- ¡Qué no daría yo ahora por un 'Tropiezo de Baltasar'! ¿Por aquí no los venderán?".

            Me temo que no, que ya no los venden en ningún sitio, pero si los encontráis, compradlos y decídme dónde, por favor.


*(De "El mar y los siglos", ed. Esdrújula)

**Sabido es que Baltasar tropezó y se cayó; pero de su caída -dónde, cuándo, cómo- me ocuparé en otra entrada.




No hay comentarios:

Publicar un comentario