Ya se acercan las fechas de ánimas y difuntos y una vez más envidio a quienes creen en una vida más allá de la muerte; firmaría a ojos cerrados aunque no fuese cierto, qué más da, qué sabe nadie: si esa fe no me abriera las puertas de ultratumba, al menos me ayudaría a sobrellevar este "más acá", este ahora chiquito, esta desolación inacabable que deja la muerte de las personas amadas.
Una metamorfosis continua |
Un paraíso sencillo |
O adoptar creencias menos tradicionales, pero no menos consoladoras: que existen multitud de dimensiones y ellos andan por alguna que nos resulta inaccesible, donde la distancia cobra un sentido que desconocemos. O la carámbola anímica máxima, la que más me cuesta aceptar: están junto a nosotros, nos acompañan como guías o protectores hasta acabar todos en la perfección de la unión con Dios. Si yo creyera algo así, todo cobraría sentido. Por la intensidad de mi deseo, por mi hambre infinita, a veces casi lo consigo... hasta que me topo con "profesionales del espíritu", generalmente sacerdotes en misa de difuntos o, más rara vez -como la última y reciente-con un "médium sensitivo".
Yo, al fondo de la sala, en una especie de café cultural, una sala no excesivamente grande pero abarrotada de gente; para entendernos, de las mismas exactas dimensiones y disposición que "La Qarmita"; ante la ventana, es decir, justo en la otra punta, el "parapsico-director" y el médium, que me distingue entre la multitud: "Veo a una señora..." y me señala. Yo, a punto de dejarme llevar por la sugestión, casi llego a pensar "Mi aura reluce entre las gentes", pero mi sentido crítico me la juega y lo que pienso es "Claro, soy la más vieja, mucha más probabilidad de acertar. A quién, pasados los sesenta años, no se le ha muerto alguien o ha pasado alguna enfermedad" y apenas recopilo para mis adentros las ventajas que ofrezco como "adivinable", cuando ya lo tengo delante cogiéndome la mano. Y todavía, porque mi ansia de creer es mucha, me abstengo de juzgarlo y dejo que hable... Y no da una. Ni mi vida ha transcurrido en la cocina ni el espíritu femenino que ve a mi lado se parece a mi madre. No atina ni por casualidad. No menciona libros ni música ni fotografía. Da palos de ciego con respecto a la muerte de alguien, pero como callo, no encuentra pistas. No solo no adivina, es que ni siquiera intuye. Me propongo hablar con él al final; el "espectáculo" sigue; los asistentes parecen convencidos y cuando acaba me voy, porque en realidad no tenemos nada que hablar.
¡Con lo que a mí me gustaría creer!
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