"Ejemplares vivos a la luz de la luna", de Josefina Martos Peregrin (1)
POR CUSTODIO TEJADA
Custodio Tejada, espléndido poeta y narrador, me ha regalado esta reseña lúcida, bien trabajada y bien escrita. La publicó en la revista "Todoliteratura" y merece ser incluida en mi blog. Como se trata de un estudio extenso, selecciono los fragmentos imprescindibles y la doy a conocer en dos partes, aconsejando a quien quiera leerla completa que acuda a la propia revista:
https://www.todoliteratura.es/
Por otra parte, no olvido el gusto por las "estampitas" que nos caracteriza, de manera que añado algunas fotografías, no ilustrativas del libro, sino sugerentes, imágenes relacionadas con lo no visible, por oscuro o indefinido. Y dejo paso a Custodio Tejada:
“Ejemplares vivos a la luz de la luna" me ha parecido una novela singular, también algo experimental en muchos aspectos, pues no sigue una trama lineal. Es un caleidoscopio de historias… El espejo como metáfora es el elemento que unifica y da entidad a todas ellas. “Es un relato cargado de erudición, con una prosa cuidada, salpicada de imágenes poéticas, llena de reflexiones filosóficas” –escribe Carmen Hernández Montalbán en la revista Absolem. Miguel Arnas Coronado comenta en el periódico Ideal: “Cuando uno comienza la lectura de esta novela evoca la tendencia iniciada por Sebald de mezclar ensayo con ficción. Solo que aquello sobre lo que aquí se ensaya es lo oculto, lo misterioso, lo irracional… esta novela no es de terror y ni mucho menos de género. Es literatura de altos vuelos”, “ya conocíamos la labor de Martos Peregrín como cuentista, verdaderamente encomiable, con una prosa rica y fluida. Aquí nos sorprende con una obra original y que excita el pensamiento”. Y César Rodríguez de Sepúlveda dice que “es una apasionante incursión en el inquietante mundo de los espejos. Desde su misma estructura, ya que todo el texto está construido sobre los centelleos que intercambian dos narradoras, espejo la una de la otra, reverberando las palabras de una en las de otra, y haciendo que nos cuestionemos la fiabilidad de ambas… En esta estructura duplicada y duplicante se inserta un racimo de historias”. En la contraportada del libro leemos en la sinopsis que “reflexiones y reflejos nos alumbran en la indagación de un misterio que fluctúa entre la locura y lo imposible, mientras asistimos a las aventuras vividas por personajes diversos, tan llamativos como cristales de colores, en una historia hecha de historias que combina la fatalidad de los espejos rotos con la azarosa belleza de las flores de caleidoscopio”.
Josefina Martos
Peregrín, cuyos “sueños a veces transcurren con subtítulos”, en una entrevista
concedida a Javier Gilabert para Secreto Olivo confiesa que “con cada libro
sufro, río, me desespero, viajo, indago, disfruto”. Y con este “sentí una
acuciante necesidad de reflexionar sobre conceptos íntimamente unidos al
espejo: la verdad, la apariencia, la identidad, el doble, el misterio, la
posibilidad de otras dimensiones, la máscara, la locura”. Ejemplares vivos a la
luz de la luna “muestra diferencias notables con obras anteriores; en concreto,
una mayor extensión, la hibridación de géneros (narrativa, ensayo, lírica,
autoficción y el papel decisivo de elementos metaliterarios”. Dice la
orientalista-espiritualista Alexandra David-Néel: “he ido al corazón de la
espesura por senderos inverosímiles”, y eso es lo que ha hecho Josefina Martos
para escribir el viaje iniciático de este libro. Pero por mucho que digamos la
autora aconseja en la página 160 que “sobra cualquier tipo de erudición, basta
con leer y seguir el hilo de lo que iré contando”.
El argumento presenta la acción con relatos intercalados,
documentos adjuntos, testimonios, viajes, diario… Una dedicatoria abre el
primer reflejo: “Para Juan Manuel, el más feliz de mis espejos”. Comienza con
una cita de Jean Cocteau: “Los espejos son las puertas a través de las cuales
la muerte va y viene”. En “Punto cero. Reflexiones y reflejos”, la primera
parte, que va de la página 11 a la 153, hay 19 capítulos. En la segunda, “La
cara oculta”, que va de la página 157 a la 253, otros 19. Dos partes
que funcionan como un espejo, a un lado Eva Petrovna y al otro su reflejo,
Josefina. En la primera parte habla “Eva Petrovna, periodista y parasicóloga”,
pero en la segunda “la cara oculta”, habla “su albacea literaria, su compañera
invisible, la otra”. Y en el capítulo “No soy la misma” la autora se nombra a
sí misma: “Yo me llamo Josefina Martos, coautora de esta novela caleidoscópica,
un volumen de magias, una especie de grimorio que recoge fórmulas y ritos,
procesos de cocción en marmita lenta y recolección de ejemplares vivos a la luz
de la luna”. Lo que nos manifiesta, una vez más, el espíritu juguetón de la
escritora y la voluntad de hacer cómplices de sus “andanzas literarias” a los
lectores. En la segunda parte nos previene de que “aparecerán dos magas”:
Alexandra David Néel y Helena Petrovna: “me relaciono con ellas a través de sus
escritos, para mí la mejor forma de relación” –advierte. Dos médiums
narradoras, pero un solo libro, una novela con destellos de ensayo. Además la
autora intenta también explicarnos su modus operandi como narradora a través de
un “método holmesiano”. El libro, en especial la parte final, presentada como
un diario, nos introduce en la liturgia de la muerte como un camino y vía de
revelación. ¿Podría entenderse como otro paralelismo/reflejo más, un “entierro
celestial” en el que la autora/rogyapa ofrece su cuerpo literario a los
buitres/lectores/intérpretes en un festín tibetano y budista? (página 264) En
cualquier caso la novela es un tributo a la escritura y a los viajes.
Niebla, intuición, engaño.
Palabras cóncavas y a la vez convexas
consiguen crear una atmósfera/espejismo envolvente que llevan y traen al lector
en volandas del misterio. Sorprende la magia de los nombres y de las menciones,
colocados ahí a caso hecho, como si fueran agujeros de gusano. Aparecen en el
texto muchos nombres que actúan como espejos intertextuales: Valle Inclán,
Indiana Jones, Apolonio de Tiana, Alberto Magno, Madama Blavatsky, los hermanos
Grimm, Plauto, el Fantasma de la Ópera, Narciso, la ninfa Liríope, Tiresias,
Frankenstein, Moby Dick, Drácula, Bécquer, Poe, Lovecraft, “Marcelino, pan y
vino”, Max Estrella, Alejandro Sawa, Mr. Hyde, Orson Welles, Rita Hayworth,
Rodolfo Valentino, Almanzor, Francesca Woodman, Peter Pan y su “legión de
fantasmas párvulos”, Goya, Shakespeare, Diego Fint, Cristo, San Pablo,
Corintios, Agustín de Hipona, Iker Jiménez, Rilke, Dylan Thomas, Miguel Ángel,
Cervantes, Don Quijote, Sancho Panza, Ana Frank, Los Beatles, Rodin, Perséfone,
Alexandra David Néel, Kaspar Hauser, Hitchcock, Ingmar Bergman, Edith Piaf…
Pero el texto, como si fuera una galería de los espejos, también está lleno de
lugares a los que nos teletransporta: Callejón del Gato, Madrid, Córdoba, Nunca
Jamás, Cuesta Moyano, Ikea, Hades, Laguna Estigia, Hélade, Roma, Medina
Azahara, mezquita, Elche, Sumeria, Egipto, España, Inglaterra, Praga,
Grecia, India, Rabat, Montevideo, Tíbet, Versalles…
El texto, además, está salpimentado con
una retahíla de aforismos que pueden dejarte un rato congelado en tu propio
pensamiento: “No existe objeto ni saber que el género humano utilice del todo
bien, porque nada puede ir bien mientras nuestra curiosidad sea mayor que
nuestro respeto” (p. 35). Otras con gran sentido del humor y fina ironía:
“Lástima no entender lo que dicen las moscas en su zumbido, cuántas citas de
moscas filósofas, tan cultas y bien voladas, nos perdemos” (p. 42). “Mientras
estamos vivos nos vemos inmersos en la vanidad del ser, en la nada multiforme y
no podemos evitar el ensueño, ya penoso, ya feliz, pero siempre engañoso y
transitorio” (p. 52). O “en un espejo siempre hay más de lo que vemos” (p. 28).
En el libro se mezclan personajes y autores en un encuentro espectral digno del mejor espejo literario. En él también viaja un canon/equipaje, el que la autora/lectora ha elegido para esta novela/viaje. Porque lo que nos propone Josefina, una gran viajera, no es otra cosa que un viaje, un viaje espectral a través de la palabra y las ideas. La autora, con un ojo crítico de Gran Hermano que todo lo ve, va desmenuzando una “realidad especular” que es intemporal, por lo que tiene de visionaria. La narradora omnisciente, como si fuera una vidente, nos guía y nos lleva de la mano por la novela a través de su fina ironía y el suspense. Nos aguardan distintas historias dentro de la historia, como muñecas matrioscas que encajan unas dentro de las otras. Como “Espejo hambriento”, que da fe de que toda realidad es un reflejo fragmentado de espejos rotos, igual de fragmentado que nos presenta el argumento de esta novela, que bien podría funcionar como un libro de relatos. O la del espejo veneciano.
Si toda lectura es un punto de
encuentro, este libro resulta que es una calle o una plaza en la que puedes
sentarte a ver pasar la muchedumbre y a ti mismo entre ellos, en un juego de
espejos mutantes. Varias preguntas te surgen conforme vas adentrándote en su espesura:
¿hasta dónde autora y protagonista coinciden y divergen (Eva Petrovna y
Josefina)?, ¿hasta dónde se solapan “identidad y máscara”? La palabra/concepto
espejo (aderezado con toques filosóficos, históricos, teosóficos, literarios…)
es el hilo de Ariadna que la autora ha elegido para dar sentido al conjunto,
pero también para hilvanar el argumento antes de coser cada capítulo con el
título final, que suena en cierta medida a aquellos grimorios antiguos o
bestiarios de la Edad Media.
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