domingo, 20 de abril de 2025

La primera luna llena de primavera

 

    El Resucitado, de mi primera Semana Santa en Guadix, allá por las postrimerías del s. XX


Escribí en Facebook, hace un par de días, “Semana Santa, profundamente mediterránea” y me parece que pocos lo entendieron. De ahí esta entrada de blog.

Oigo las mismas preguntas desde niña: “¿Cuándo cae la semana santa? ¿Cómo se sabe?”. Sencillo: la marca la primera luna llena de primavera. En el hemisferio norte, claro, justamente donde se encuentra el mediterráneo con sus ciclos estacionales; el primer plenilunio posterior al equinoccio primaveral no significaría lo mismo en una tierra marcada por los monzones o los alisios y su régimen de lluvias. La sucesión de primavera, verano, otoño e invierno ha marcado la mitología clásica, de Grecia y Roma y sus zonas de influencia. El renacimiento de la vegetación tras la muerte invernal se relaciona con Perséfone y Deméter, con Adonis y Afrodita, con los símbolos que aluden al oscuro mundo subterráneo y al renacimiento de la vida vegetal y animal, unido al aumento de la luz solar, y a las lluvias. La transformación requiere sacrificio: hay que morir para renacer.

Por no hablar de las fiestas dionisiacas: Dionisio moría cada invierno y renacía cada primavera. Se celebraban procesiones, lamentaciones y fiestas. Pero, con permiso de Dionisos, ninguna muerte provocaba plañidos mejor orquestados que la de Adonis, relacionado con el Tammuz de Oriente Medio,  en fecha más cercana al verano, pero también coronada por la resurrección.

No son equivalentes las creencias ni las ceremonias de unas y otras religiones, pero se relacionan entre sí; la Iglesia Católica ha sabido asimilar ritos y costumbres anteriores a su propia existencia; inteligencia que le ha permitido sobrevivir y mantenerse. El drama que se representa cada Semana Santa incorpora arquetipos previos e involucra a todos los sentidos: vista, oído, olfato, tacto (mantillas, paños, cera) y hasta el gusto (platos típicos). Es una muestra de teatro total, máximo, incluso catártico, en el que interactúan necesariamente actores y espectadores.

No soy creyente, pero no tengo nada que objetar a ninguna religión mientras respete mi libertad de acción y de pensamiento; mientras no pretendan coartarme ni convencerme. Me asombran esos ateos que reaccionan ante el catolicismo con un odio visceral, que rehúyen el agua bendita como si les quemara, como si una sola gota pudiera corroer su piel. Me admira su fe anti-fe.

Hay belleza y esperanza en la idea del dios que vence a la muerte; más aún si este dios ha encarnado en un hombre… Si Jesucristo hecho hombre puede resucitar, yo puedo resucitar. No me parece ninguna tontería, para mí quisiera esta convicción.

Bajo la tierra, en la oscuridad, en cualquiera de los mundos que nos resultan invisibles, se agita la vida; bajo la nieve, bajo los terrones resecos, duerme la resurrección. Todo se acaba, todo empieza, todo sigue el ciclo del eterno retorno.

(Con mi permanente agradecimiento a J.G. Frazer y Mircea Eliade, principales entre otros).

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De estas reflexiones y de las sensaciones que me despertó una procesión nocturna surgió el siguiente poema:


La muerte del dios


La clave está en la luna,

en su renacer rítmico de esfera mágica.
Encabeza por las calles
un pomposo duelo de cadencia y llanto,
mientras en revolución silenciosa,
despierta mares,
despabila flores, alumbra asombros.
La luna, amante
del joven dios que muere en primavera,
se hunde con él en la noche
y juntos, cara y cruz, semilla y sangre,
íntimamente enlazados
devoran el tiempo
en la indomable armonía
del eterno retorno.


..........


Las tres fotografías siguientes muestran ángeles desfilando por la calle:





               Una variante de "¿Dónde está Wally?" con el rostro de Jesucristo entre las hojas.


    Que no se nos olvide, frente a sociedades que desprecian al derrotado: no siempre gana el      mejor.







4 comentarios:

  1. Me encanta la foto del rostro de Jesucristo entre las hojas :-D

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  2. Hermosas fotos, Josefina. Quien busca encuentra, así que vi el rostro del Ungido (con aceite de oliva). Pues sí, la transformación requiere sacrificio y no hay salvación sin sufrimiento, ni primavera sin invierno. Tienes toda la razón, la Semana Santa, sus procesiones, son más antiguas que el cristianismo, recuerdan las del politeísmo, las que debieron celebrarse en el Valle de los Templos de Siracusa en tiempos de Platón. Algunos de los cristos de Úbeda parecen más a Hércules o a Apolo que a Jesús, y hay madres angustiadas que parecen novias con el amante en brazos. No se recuerda lo suficiente que el Cristianismo es una religión en que Dios tiene madre: Mether theou. Yo rezo el Ave María (Jaire maría, kejaritomene, etc) en su versión bizantina, antiquísima, en honor de una monja que me enseñó la lengua de Sócrates. Como sabes, Cristo era socrático: "Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen". Yo me burlaba de cuando la hermana empezaba sus clases con el ¡Jaire María! y falseaba el rezo con "no hay quien te joda, todos comemos jamón, amén", en lugar de "nun kay en te jora, etc.". Ya no me burlo. Sabia Alicia, pídote perdón a ti que me introduciste en los misterios del aoristo que luego me sirvieron para la tesis... Los pecados viejos también piden penitencia ;-)).

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    1. Enhorabuena, nunca ha sido fácil encontrar a Dios, pero pudiera ser que la búsqueda, incluso fallida, nos enriquezca. ¿Qué papel desempeña el aoristo en los tiempos de la lectura fácil? Un papel fantasmal, aunque todo vale, cualquier conocimiento acaba por hallar su lugar en nuestra vida, aunque en su momento nos pareciera inútil.
      Pecados viejos, prendas escondidas en el baúl, miedo del aire.

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