En
este julio de calor, condenada al encierro
para evitar el soponcio, veo películas en casa, nuevas y viejas, yo,
cinéfila empedernida que ha hecho del cine una filosofía. Bien me gustaría
regresar al cine de verano de mi infancia, a la terraza abierta al cielo, al
aire libre , al fresco, con la posibilidad de dedicarme a contemplar estrellas
cuando la película me aburría, y unirme al alborozo colectivo cuando
descubríamos una salamanquesa en la calva de Yul Brinner, porque la gran pantalla
enlucida con cal y luminosa de aventuras atraía a las polillas y a sus
correspondientes dragones.
Aunque ahora
en el sofá, con el ventilador y agua fresca no disfruto menos.
Sobre
mi pasión por el cine y sus ramificaciones, hablo en mi novela
“Ejemplares
vivos a la luz de la luna”, a través un personaje:
“De todos los espejos humanos, el cine es mi
preferido y las películas que más me han marcado son aquellas que vi de niña,
aun sin entenderlas, por eso acudo a las antiguas, en blanco y negro como La dama de Shangai, o a Johny Guitar, de Nicholas Ray,
impregnada de un color de plástico nuevo, cuyo inexacto recuerdo ilustra hasta
qué punto la memoria fabrica espejos defectuosos, cómo juega con nosotros,
conmigo, creando una particular y cambiante percepción del pasado. La vi hace
mucho tiempo y recordaba un mundo oculto al cruzar la catarata, un amor
convertido en odio, precisamente esa clase de odio denso que nace del amor
visto al otro lado del espejo.
Un hombre y una mujer que se
amaron luminosamente se reencuentran pasados los años y descubren que su
ardiente luz ha cuajado en diamante: duro, frío, inamovible. Y tremendamente
doloroso: cada una de sus facetas refleja una parte muerta dentro de sí mismos.
Dos corazones disecados batallan en un extraño casino, erguido en medio de una
nada en tránsito, en un paisaje borrado por el viento.
Palabras como disparos y
toda la vida contenida en una única canción. Los árboles muestran su dolor en
las ramas rotas; los diamantes en sus facetas; los hombres en las palabras que
dicen y en las que no dicen.
Y una catarata como puerta
mágica a otro mundo, como un espejo que solo permite el paso a quien conoce su
secreto.
Así lo recordaba. La he
vuelto a ver y nada es como lo he contado. Si pudiéramos revivir el pasado y
comprobar los recuerdos, reconoceríamos cuánto yerra la memoria, pero no
podemos, no hay una máquina que rebobine lo que fue, no hay modo de confirmar
cuánto dista la imagen reflejada de la real.
Vi Johny Guitar de niña, la
vi de joven. Y la he vuelto a ver ahora. Y cada vez he visto una película
distinta que me suscita impresiones diferentes.
Creo recordar mi infancia, y
sin embargo… Probablemente me engaño, aunque qué importa, me digo que también
la memoria imaginada forma parte de mi historia. Recuerdo que me empeñé en
buscar a un Dios al que sabía inexistente. No rendirme a la sensatez adulta,
buscarlo siempre, aunque solo fuera para cantarle las cuarenta y pelearme con
él.
Mi rebeldía ha dado unos
frutos minúsculos y mi búsqueda del Omnipotente me ha acercado al campo de lo
paranormal, quizá siguiendo mi afán de encontrar pruebas de la existencia de
ese Dios en el que no creo.”
Os propongo escuchar la canción de Johnny Guitar en esta versión flamenca, y excelente, en la voz de Argentina Coral:
https://youtu.be/hVK3N8HIc1s?si=kzwpqOG8RSE0QodC
Y si queréis leer Ejemplares vivos a la luz de la luna, lo que os aconsejo vivamente, podéis contactar con la editorial Amarante mediante este enlace:
https://editorialamarante.es/libros/narrativa/ejemplares-vivos-a-la-luz-de-la-lunaTodavía hay más, unas cuantas fotos al estilo de algunos cineastas.
Esta va por don Alfredo, es decir, Alfred Hitchcock Esta me recuerda a Almodóvar, Pedro Esta se la asigno a Isabel Coixet
En la infancia yo también rezaba. Luego mis dioses pasaron a ser otros. Y sí, también para mí el arte es uno de ellos.
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